Soy una mujer de veintitrés años con muchas, pero muchas fantasías sexuales; lectora y estudiante de doctorado en una universidad de Valladolid que viven entre casa y la universidad una vida de estudio, así que, por un momento, ya basta de vida real, ahora quiero sexo aunque tenga que fabricarme yo la película a base fantasías sexuales.
Sólo he tenido cuatro compañeros de acción sexual, todos hombres mayores, muy tradicionales y convencionales en el tema.
Mis primeras mastubaciones
La masturbación y el orgasmo son dos cosas que descubrí durante los últimos cinco meses, más o menos. Las fantasías que tengo cuando me masturbo varían constantemente. Tratan de simples encuentros con hombres que conozco y que me atraen, o bien de la dominación a manos de un hombre imaginario, o más a menudo, de una mujer. Voy a narrar una fantasía sexual completa, aunque sólo con imaginar alguna parte ya puedo correrme.
Mi fantasía sexual con otra mujer
Una lesbiana varonil pero muy atractiva me ha convencido para que me vaya a su casa, no como una tarde de amigas, sino sabiendo a lo que íbamos. De camino, nos detenemos en unos almacenes y me obliga a probarme ropas de su elección.
Ella me mira mientras me las pruebo. Me trae una delicada camisola beis y me dice que me la pruebe sin el sujetador. Yo obedezco; ella está detrás de mí, frente al espejo, y de pronto me pone una mano en el pecho y otra en el pubis y me susurra en el cuello:
– Quítate las bragas que te vas a ir a casa sin ellas.
Me excita tanto que lo hago sin dudar, después me ordena que me ponga mi ropa sobre la camisola, sin bragas; me está obligando a robar.
Llegamos a su apartamento, en uno de los edificios mas altos de la ciudad, sobre el piso 16. Cogemos el ascensor y cuando se cierran las puertas, se empapa de saliva el dedo corazón, me mete la mano agresivamente por debajo de la falda y me mete el dedo dentro de la vagina a la vez que me mete la lengua hasta la garganta, con lujuria y con pasión.
Su cuerpo me presiona contra la pared del ascensor. Yo protesto.
– Cris – se llama Cristina, pero suelo llamarla Cris -, todavía no, ¿Y si entra alguien?
A lo que sin dejar momento de calma contesta:
– Pensarán que eres una lesbiana, como yo. Todo el edificio sabe que lo soy.
Empezando la humillación
Me arrastra a su apartamento, tirándome del brazo. Cuando entramos, me aplasta la cara contra la pared mientras se quita sus zapatos primero y luego me quita los míos. Me empuja hacia el salón y allí me acaricia y me provoca antes de irse a por una cerveza. Luego se sienta en el sofá.
– Quítate la ropa.
Me ordena. Yo estoy de pie delante de ella. Me quito la ropa hasta quedarme sólo con la erótica camisola.
– ¡Date la vuelta!
Yo obedezco tímidamente. Tengo un aspecto muy tímido y femenino, allí de pie, medio desnuda, con mi largo pelo rizado atado en la nuca. Ella hace rudos comentarios de admiración sobre mi culo y mis piernas.
– Ahora date la vuelta, abre un poquito las piernas, agáchate y tócate los pies sin doblar las rodillas.
Yo lo hago mientras ella se toma la cerveza sentada en ese sofá de polipiel desgastado. Me siento muy humillada, muy vulnerable. Luego me dice que me dé la vuelta y que juguetee conmigo misma.
Yo suspiro hondamente, pero si, obedezco, totalmente humillada, pero morbosa, mientras Cris, vuelve a mandarme:
– Ven aquí. Arrodíllate.
Yo obedezco y ella me sonríe con perversión, como si yo fuera una perra en la clase de química.
Empiezan los azotes a mis nalgas
– ¿No sabes que no está bien tocarse así?, ¿no lo sabes?.
Me tumba sobre sus rodillas y empieza a darme azotes, al tiempo que me frota el clítoris de manera suave con la otra mano. Yo estoy cada vez más cerca del orgasmo, y cuando lo tengo en la puntita ella me insulta por eso.
En mis fantasías a veces me ata las muñecas con la cinta que llevo en el pelo, y otras veces me obliga a beber de golpe su copa, y lame el licor derramado por mi cuello y barbilla; me la imagine como me la imagina, el final no cambia, siempre es puro placer.
Se cansa de pegarme antes de que yo me pueda correr, y me hace arrastrarme al dormitorio, donde me obliga a desnudarla como si yo fuera su esclava, desabrochándole el sujetador con los dientes, la lencería sexy… Me pone un collar de perro y me ata las manos y los pies con unas correas que pueden atarse entre sí o a las cuatro patas de su gran cama.
Yo me arrodillo dócilmente a los pies de la cama, con las muñecas atadas al poste que hay detrás de mí, y ella está de pie ante mí, restregándome el coño por toda la cara. Luego me ordena chupárselo. Y continuamente me amenaza con castigarme si no lo hago bien.
Yo lo hago lo mejor que puedo, y ella se corre dos o tres veces, empapándome la cara.
Ya satisfecha, se arrodilla y lame sus propios jugos de mi cara. Me dice suavemente que, aunque he hecho lo que he podido, no ha sido bastante, y debe castigarme. Me abofetea, tengo la cara cubierta de saliva y jugos vaginales, y luego vuelve a atarme las muñecas, una a cada barrote del pie del sofá, de modo que estoy de rodillas en el suelo con los brazos extendidos, de cara al sofá. Pone un otomán entre el sofá y yo, dejándome incómodamente estirada. Luego coge una porra dura de cuero, me frota la cara con ella, me obliga a besarla, me masturba un poco con ella y me obliga a lamer mis jugos. Yo acabo suplicándole que me pegue con ella, cosa que al fin hace.
Me obliga a pedírselo una y otra vez. Sus rudos comentarios humillantes me excitan muchísimo. Y la fuerza de sus golpes me hace pegar el coño al otomán. Yo intento frotarme furtivamente contra él. Ella lo advierte y me insulta cruelmente.
– ¡Coño asqueroso! ¡Te estás follando una puta silla! Puta calentorra. Ven, que te voy a ayudar a follarte a tu silla.
Entonces tira la porra y me embiste el culo con el coño. Sigue con sus crudos comentarios y me pellizca los pezones, mientras me empuja contra el otomán.
– Venga, coño, a ver cómo te corres! ¡Quiero oír como te corres follándote a esa silla!
El climax
Por su tono de voz sé que está también al borde del climax. Intento desafiarla y contenerme, pero es inútil. Me corro con grandes espasmos, y ella me pega el coño al culo, corriéndose conmigo. Me deja atada mientras descansa.
Generalmente, éste es el final de la fantasía sexual, pero a veces la continúo, para variar el relato erótico.
La imagino sentada sobre mi cara, yo estoy atada a la cama con los brazos y las piernas abiertos, o me arrastro delante de ella de rodillas y ella me conduce, con una correa atada al collar que llevo al cuello, ante unos ventanales. Luego vuelve a atarme a la cama y me hace llegar al borde del orgasmo usando varias formas de humillación, como su pie, su pezón, la porra, hasta que yo pierdo toda dignidad y le suplico que me deje correrme. Finalmente, se tumba sobre mí y hace que me corra con su muslo. Ella también se corre.
En esta fantasía sexual sólo se me permite correrme cuando hay desprecio o humillación, bien durante el castigo físico o después de haberlo suplicado.
En la vida real no he hecho nada ni remotamente cercano a lo que ocurre en mi fantasía sexual. Nunca he intentado hacerla realidad; soy una persona bastante digna y orgullosa. Nunca me permitiría dejarme ir de esa manera, ¡y mucho menos con otra mujer!
Te atreves a dejarme un comentario o a escribirme una fantasía completa. Si tu fantasía tiene la misma dirección que la mía, amplía mi experiencia con la tuya, para que ahora sea yo, quien me masturbe leyéndote. ¿lo haces?