La penumbra del cine era perfecta para disimular el deseo que les consumía desde el momento en que se encontraron en la taquilla. Ella, con un vestido negro que dejaba a la vista sus curvas, y él, con una camisa ajustada que insinuaba su fuerza contenida, eligieron el rincón más apartado de la sala, lejos de miradas indiscretas. La película comenzó, pero ninguno de los dos prestaba atención a la pantalla; había una tensión palpable en el aire, un magnetismo imposible de ignorar.
Las luces de la pantalla iluminaban sus rostros de forma intermitente mientras él deslizaba una mano aparentemente casual sobre el reposabrazos, rozando los dedos de ella. Era primera vez que salían, y aunque el deseo se hacía notar no se dejaban sentir tan hambreados de comerse el uno al otro sentir tan hambreados de comerse el uno al otro, ambos luchaban por mantener la compostura, sin embargo, era obvio lo que querían que pasara.
Ya te descubrí
Un leve temblor la delató, y esa chispa fue todo lo que él necesitó. Se inclinó ligeramente, sus labios casi tocando el borde de su oreja, y murmuró: “No puedo dejar de mirarte.” Ella sonrió, un gesto cargado de intención, y permitió que su mano descendiera con descaro por el muslo de él, trazando el camino hacia una intimidad que ambos sabían inevitable.
La temperatura subía en esa esquina oscura del cine. Ella movió su mano con lentitud deliberada, sintiendo cómo la tela del pantalón no podía ocultar su creciente deseo. Él, en respuesta, deslizó los dedos por su muslo desnudo, acariciando la piel con una suavidad que hacía que cada roce fuera eléctrico. La película seguía avanzando, pero para ellos, el mundo se reducía a esa burbuja íntima donde el placer empezaba a desbordarse.
Sin apartar los ojos de ella, él inclinó su cabeza y sus labios buscaron los de ella en un beso profundo, cargado de hambre. Sus lenguas se encontraron, explorándose con una pasión que se hacía difícil de contener. Sus manos seguían examinando, desafiando los límites de lo permitido en ese espacio público, mientras los suspiros entrecortados y la proximidad de sus cuerpos hacían evidente que ambos estaban perdidos en el momento, ajenos a cualquier distracción externa.
Mantener la calma no es posible
Ya los presentes en la sala eran de ignorar por completo, les daba igual si los veían, quizás, hasta la idea de que los vieran no era tan descabellada, pues ya estaban en un momento de locura, qué más daba si los veían en aquellas pasiones que dejaban escapar suspiros que finalizaban en gemidos entrecortados. Mantener la calma mientras sus escurridizos dedos se introducían en su sexo era imposible, cada vez se inundaban más entre fluidos, besos y tocadas.
“Abre un poco más las piernas”, era la suplica que el hacía, al mismo tiempo que ella aun hacia un mínimo esfuerzo por negarse a aquel acto que era inevitable frenar. Sus pies se apoyaron en el reposa brazos de la fila de enfrente para dejar su sexo abierto como una flor en plena primavera. Los dedos de él tocaban con afán su vulva apurando el gemido que ella se esforzaba por contener, el juego de acariciar e introducir los dedos se hacía cada vez más divertido, su humedad lo evidenciaba.
Agarrada al asiento, como si estuviera en una montaña rusa, respiraba profundo, mientras él preguntaba si lo disfrutaba respiraba profundo, mientras él preguntaba si lo disfrutaba, fue así como logró sacar una frase que lo hizo estremecer y rozar la locura del morbo, pues ese “si lo disfruto” se fundía en un gemido que invitaba a algo más que solo hacerla sentir placer a ella.
Sin pensarlo mucho desabrocho su pantalón, mientras miraba a todos lados para cerciorarse de que nadie los veía. No hizo falta que él dijera lo que quería, pues ella deseaba lo mismo, quería sentir su polla dentro de inmediato. Para ellos el ambiente se hacia perfecto, la sala estaba casi sola y quizás si algún ruido se escapaba los demás no iban a sentirse tan ofendidos.
Un dulce caramelo
Al ver su polla afuera ella la tomó sin pensar y comenzó a lamerla, como si de un caramelo se tratara. Dejaba escurrir su saliva en su pene para seguir con el jugueteo, variaba sus movimientos de lengua con suaves mordidas, que más que doler, le hacían estremecer.
“Móntate”, fue la próxima orden que ella escuchó, rápidamente obedeció, subió un poco su vestido e hizo a un lado su panty, para proceder entonces a sentarse cómodamente en las piernas de él, dejándose atravesar por aquel delicioso trozo, para entonces, comenzar a moverse con poco disimulo de arriba abajo; mientras las manos de él se paseaban por sus piernas abriéndose camino hacia su clítoris, que al encontrarlo solo bastó un roce para que ella se estremeciera y se inclinara un poco para sentirlo aun más adentro, cada movimiento se hacia mas intenso, el calor se iba apoderando de la situación aproximándose una explosión en el sexo de ambos, la humedad en ella lo hacia evidente y poco a poco se hicieron presentes esas divinas contracciones acompañadas de gemidos que estaba segura ya no podía hacer en voz baja, pero no dejaba de mecerse, era delicioso lo que sucedía, él no quería que ella parara pues estaba a nada de venirse en ella.
Cuando la intensidad del momento bajó, el saco su polla con suavidad, y como si nada hubiese pasado ella se sentó de nuevo en su silla para continuar viendo aquella película que ya ni siquiera sabían de qué trataba, pero que, sin duda, la que ellos habían hecho por ese rato, había quedado mucho mejor producida.