Recuerdo aquella noche como si de una dulce tortura se tratara; digo dulce, porque entre el aterrador momento explote en éxtasis al experimentar nuevas sensaciones, un giro en el concepto que tenía sobre el sexo, algo que para mí estaba totalmente alejado del placer, del deseo.
Tenía dos años de relación con David, nuestra vida sexual era “normal” dentro de lo que cabe, podía haber inclusión de juguetes en nuestros encuentros, quizás algún disfraz que le agregara un poco de locura y diversión al momento; pero como siempre dicen “nunca terminamos de conocer a nadie” y claro, cada cabeza es un mundo.
Eso fue lo que descubrí aquel día. Era mi cumpleaños y por supuesto pasaría el día entero con David, o ese creía; mi día inicio con una hermosa sorpresa en la puerta de mi casa, un gran ramo de rosas me esperaba en la entrada, adjunto al regalo había una nota que solo decía “te sorprenderé”. La ansiedad me invadió, comencé a pensar en cualquier cantidad de ideas, obsequios, solo esperaba su llamada, pero según pasaban las horas nunca llegaba, a mitad de día intenté comunicarme con él, mis esfuerzos fueron inútiles, comenzaba a asustarme, pero preferí mantener la calma, temprano me había advertido de una sorpresa.
David ¿Dónde estás?
Eran las seis de la tarde y no sabía nada de David, su teléfono tendría cerca de veinte llamadas perdidas de mi parte, comenzaba a ponerme ansiosa. Salí del trabajo y me fui a mi casa; al llegar todo parecía muy normal, prendí las luces del salón principal, me despojé de mis zapatos y tomé un vaso con agua, me dirigí a la habitación y para mi sorpresa ahí estaba él, sorprendida, confundida y molesta quise reclamarle, pero quedé en shock cuando me gritó “Cállate”.
Impactada, inmediatamente me quedé en silencio, su actitud era extraña, no sabía lo que sucedía, se acercó a mí y hundiendo sus dedos en mi cabello lo tomó con fuerza y me volteó, de espaldas a él con su otra mano comenzó a desabrochar mi blusa, pensé que era parte de un juego, pero sin control alguno me lanzó hacia la cama, quedé boca abajo sin moverme.
–Hoy serás mi perra. Fueron las palabras que salieron de su boca,
De un tirón quitó mi pantalón se lanzó sobre mí y arrancó mi brasier, sujetando de nuevo mi cabello me dio un tirón que me hizo arquear de manera tal que mi torso quedo completamente erguido, ya estaba sintiendo miedo, no era el mismo hombre de siempre, qué le estaba ocurriendo.
Esto se está saliendo de control
Sin aviso me volteó, ahí estaba yo, completamente desnuda ante él, sintiendo un poco de miedo por lo que David hacía; con sus dedos tomó mis pezones y comenzó a masajearlos, se sentía delicioso, hasta que las caricias se fueron convirtiendo en pellizcos, cada apretón era como sentir electricidad en el cuerpo, era doloroso, pero algo me hacía contener el grito en mi garganta.
David paró un momento con aquello, se puso de pie y se quitó su ropa, al dejar su polla libre me excite de forma descontrolada, lo único que deseaba era lanzarme encima de él para que me hiciera suya, pero en sus planes no estaba tener la misma rutina de siempre.
Tomó mis piernas y las flexionó dejando mi vulva completamente abierta, puso su pene rígido en medio y comenzó a frotar, mis jugos escurrían a chorros, y nuevamente tomó mis pezones para pellizcarlos, era una sensación completamente nueva, el dolor del apretón se unía con las desesperadas ganas que sentía de que me penetrara, y cuando mis pensamientos estaban centrados en disfrutar de aquello que me estaba haciendo explotar, me pidió que me arrodillara ante él, por su extraña actitud no me atreví a negarme, sí, me sentía temerosa, pero entre el miedo había algo de curiosidad, erotismo y morbo.
Aceptando ser su perra
Ahí frente a su delicioso pene que estaba más erecto que nunca, abrí mi boca para tragarlo entero, comencé con suaves caricias pero noté su desespero y aumente la intensidad y velocidad, de nuevo enredó sus dedos en mi cabello y comenzó a follarme con rudeza, sentía como su pene golpeaba mi garganta al punto de sentir nauseas, pero el solo se estaba dejando llevar, su frenetismo era incontrolable mientras su miembro se iba agrandando cada vez más, hasta que sin poder contenerlo bañó mi boca de su rico semen, y casi de inmediato me pidió que lo tragara, orden que, sin mediar palabra, acaté.
Me sentía indefensa, pero él tenía toda la razón con lo que en un principio había dicho, yo soy su perra, y a decir verdad me estaba gustando, era algo distinto en nosotros. Luego de un rato me ayudó a levantarme y me inclinó en la cama boca abajo, con mi sexo completamente expuesto comenzó a meterme sus gruesos dedos, como siempre de una manera deliciosa, pero mientras disfrutaba de aquella masturbación memorable, se hicieron presentes las nalgadas; de un momento a otro se iban convirtiendo en azotes que dejaban mi piel ardiendo, su mano completamente marcada en mis glúteos, pero repito, aquello que sentía era totalmente indescriptible, como mezclar lo dulce y salado en un solo platillo, tan salvaje como irresistible.
En la intimidad de mi apartamento solo se escuchaban mis gritos que tropezaban entre gemidos, una sinfonía que jamás habría pensado escuchar, casi toda su mano estaba dentro de mí y yo ni me había incomodado, al contrario, el ambiente era tan excitante, entre azotes y la profunda masturbación que David me daba que solo deseaba que siguiera, porque por primera vez podía sentirme entusiasmada con el sadomasoquismo; y cada vez todo se ponía mejor, mis gemidos eran muestra de que todo lo sucedido era delicioso, el mete y saca de su mano me estaba haciendo explotar de placer, su boca se acercó hasta mi enardecido cuerpo para dar inicio a las mordidas, chupones que iban más allá de lo “tradicional”, eran intensas, dolorosas pero que en conjunto con el placer que sentía en mi coño sobrepasaba los límites del gusto, cada mordida era como un nuevo tatuaje para mi piel entrelazada con la espectacular masturbación que ya me tenía al borde la locura, evidenciada por el temblor descontrolado de mis piernas, las cuales no eran más que la introducción a una explosión de jugos que empezó a derramar mi sexo bañando su mano, quien compasivamente comenzó a moverse dentro de mí con suavidad en la medida que mis contracciones vaginales terminaban de dar cierre a tan maravilloso espectáculo de nuevas sensaciones,
Exhausta y tirada en mi cama, pasó sus dedos empapados de mi dibujando los bordes de mi cara para luego decirme con una sonrisa en sus labios “¡sorpresa!”.