A un pijama de distancia

En varias oportunidades mi suegra me había insinuado querer cruzar la brecha familiar y tener un encuentro más íntimo conmigo. Su despampanante cuerpo me hacía perder la cabeza. Ella era una rubia, de unos 54 años de edad, hermosas curvas unas caderas que hasta el más respetuoso miraría con deseo, y dos grandes melones que tenía en su pecho, solo de verla mi pene se ponía súper tieso, en mi mente recreaba fantasías con aquella hermosa mujer. Podía imaginar cómo restregar mi cara en sus enormes tetas y terminar chupándole sus pezones hasta hacerla gemir de placer.

La oportunidad en bandeja de plata

Una noche estaba solo con ella en casa, mi esposa había salido con unas amigas en “plan de chicas”; mi suegra se había negado a salir por un “supuesto dolor de cabeza”, pero algo me decía que en su interior solo quería quedarse a solas conmigo.

Entradas las ocho de la noche terminamos de cenar, yo fui a darme una ducha mientras mi suegra se había quedado recogiendo los platos; rato después, al salir del baño la conseguí con un pijama un tanto transparente, sus pezones estaban firmes y podía notar como la tanga de color rosado desaparecía entre sus nalgas.

Entre rápidamente a mi habitación, no podía creer lo que estaba sintiendo, sabia claramente que era muy distinto verla y notar lo hermosa que era a estar casi a explotar de deseo, mi polla estaba como un tronco, sabía que no podría disimularlo ante ella.

Al escuchar que entró a su habitación pensé que todo se calmaría, pero no dejaba de pensar en su transparente pijama, ¿Por qué se había colocado algo así? Ella debe estar consiente que es una mujer hermosa, de atributos despampanantes que hasta un ciego lo podría notar. Mi cerebro no paraba de hacer preguntas, hasta que dejé de pensar y me armé de valor, necesitaba verla nuevamente.

Un culo que no puedo dejar pasar

Lentamente salí de mi habitación rumbo a la suya y al abrir la puerta ahí estaba, plácida en un profundo sueño, sin arropar solo la cubría el pijama, yo estaba a los mil por ciento de deseo, no podía aguantar más debía intentar algo a ver qué pasaba.

Dormida de medio lado su culo se veía enorme, provocativo, mi respiración era agitada y por loco que parezca, el hecho de que ella fuese mi suegra me excitaba muchísimo más.

Empecé por levantar la bata de su pijama, ella aún dormida no notaba mis movimientos, roce con mi dedo su redondez y vi un leve brinco pero entre dormida y despierta no dijo nada, aunque seguro ya había notado que era yo el que estaba tocándola; con mis manos comencé a masajear su culo, para mi sorpresa, aunque esperada, no dijo nada; se limitó a quedarse inmóvil, el deseo cada vez se apoderaba de mí, comencé a pellizcarla poco a poco, pude darme cuenta que esto la encendía, al punto tal de dejar escapar un suspiro.

Suegra tremenda

En la medida en que mis pellizcos fueron más fuertes y comencé a acompañar con suaves palmadas ella se volteó boca abajo y levantó su culo, apretaba la almohada; sus piernas las abrió y dejó a mi vista su sexo y su ano, que divino momento, pasaba mi mano lentamente por su coño, ella se estremecía, ya los suspiros comenzaban a convertirse en gemidos metía mis dedos en sus orificios, ella se movía con desespero, pero continuaba sin decirme nada. Las nalgadas no paraban, a mi suegra le encantaba ser azotada.

Tomé la sábana más cercana que vi y amarré sus manos a la baranda de madera de la parte superior de la cama, deseaba dominarla, y ella cada vez me hacia el trabajo más fácil.

Mi polla estaba dura como roca, quite mi pantalón, pero antes de pensar en penetrarla comencé a azotarla con mi pene, acaricié su vagina con mi glande, ella movía frenéticamente su culo, gemía, estaba desesperada, pero quería hacerla sufrir, quería que me rogara ser penetrada; su vagina ya estaba tan húmeda que gotitas de fluidos chorreaban de ella, metía solo la punta y regresaba, así estuve unos minutos hasta que ella no aguantó más y me suplicó que la metiera.

Como un yerno obediente la metí de un solo golpe, comencé a penetrarla con fuerza, sus gemidos eran altos, pero más me excitaba escucharla, sacaba mi pene y comenzaba a acariciarla de nuevo hasta que ella me rogara que le metiera la polla hasta el fondo.

Yo quiero que sea mi perra

Entre mi juego de sacarle el pene y esperar a que pidiera más, veía como estaba su ojete abierto, delicioso, estrecho; así que de un solo golpe la penetre por su ano, ella tomo la almohada y la mordió con fuerza, el dolor y el placer la tenían casi derrumbada, yo no paraba de moverme. Ella sabía que el encuentro parecía más una violación que algo consensuado, pero en ese punto ya no podía parar.

Poco a poco ella fue soltando la almohada y comenzar a disfrutar ser penetrada por su culo, disfrutaba como mis testículos chocaban con su vulva. Tome su cabello y comencé a halar, me agache aun con mi polla dentro de ella para susurrarle que era mi perra, a lo que respondió con un divino gemido; continuaba dándole duro, ella estaba entregada al deseo, ya yo no podía más, sabía que iba a correrme, sentía como mi esperma estaba a punto de salir a chorros, y de un momento a otro acabé en su culo dejándolo lleno de leche.

Saqué mi pene, la desamarré en un instante y llevé mi pene a su boca para que lo limpiara, sabía que la estaba tratando como una perra, pero ella lo disfrutaba, pasó su lengua por toda mi polla hasta que no quedó rastro de leche, su mirada me decía que lo estaba gozando todo.

Al terminar le pellizqué nuevamente su culo y mordí uno de sus pezones, ella se quejó, pero sin dejarla decir más nada salí de la habitación.

Desde ese momento mi suegra se convirtió en mi perra.

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