Te quiero abierta, mojada y temblando

Las luces de la ciudad titilaban a lo lejos. Elena cerró las cortinas con lentitud, dejando solo el resplandor suave de su lámpara de escritorio. Su cuerpo ya respondía al ritual. Los pezones duros rozaban la tela de su batín negro, el satén acariciándola como una promesa. No llevaba nada debajo. Ni bragas. Ni sostén. Solo piel.

Encendió la laptop y entró al chat privado. Él ya estaba conectado. Lo había visto otras veces: torso desnudo, tatuaje en el pecho, la mandíbula marcada y siempre… siempre en silencio. Solo respiraba. Solo miraba. Y eso bastaba para hacerla correrse.

Pero esa noche, quería más. Quería oírlo. Quería que hablara mientras ella se masturbaba hasta temblar.

—¿Estás ahí? —preguntó, con la voz grave, ronca de anticipación.

Él encendió su cámara. Su rostro aparecía ahora. Ojos oscuros, penetrantes. Boca gruesa, seria. No dijo nada.

Elena se sentó en su silla con las piernas abiertas, dejando que el batín cayera. Se acarició lentamente los pechos. Sus pezones estaban tan duros que dolían al tacto. Se los pellizcó. Cerró los ojos y gimió suave.

Entonces, por primera vez, él habló.

—Quiero que abras más las piernas. Enséñamelo todo.

Su voz era grave, profunda, firme. Elena sintió cómo su interior se contrajo solo de escucharlo. Abrió más las piernas, llevando una pierna sobre el apoyabrazos, exponiendo por completo su vulva húmeda.

—¿Así?

—Más. Quiero ver hasta el último pliegue de tu coño.

Ella jadeó. Usó sus dedos para abrirse, mostrarle cómo el brillo húmedo bajaba por sus labios. Su clítoris palpitaba, pequeño y rosado. Lo tocó con la yema del dedo y soltó un gemido.

—Estás mojada… y ni siquiera te he tocado —dijo él, sonriendo apenas.

—Es tu culpa —susurró ella—. Me calientas con solo mirarme.

—Entonces no te hagas esperar. Métete los dedos. Ahora.

Elena obedeció. Hundió dos dedos de golpe en su sexo mojado. El sonido fue obsceno, húmedo, delicioso. Comenzó a moverse dentro, gimiendo con cada estocada. Su otra mano masajeaba su clítoris en círculos lentos.

—Eso es. Fóllate como si fuera mi lengua dentro de ti.

Ella se arqueó. Imaginó su boca. Su lengua profunda. Su voz en el oído. Se movía más rápido, más profundo, con las piernas temblando.

—Más fuerte. Quiero verte temblar.

El vibrador estaba en el escritorio. Lo tomó sin dejar de masturbarse. Lo encendió al máximo y lo presionó contra su clítoris. El primer contacto la hizo gritar.

—¡Oh, Dios! ¡Sí!

—Mira a la cámara mientras te vienes —ordenó él—. Quiero ver tus ojos cuando estalles.

Elena no podía contenerse. Se masturbaba con furia. El plug anal reposaba al lado del portátil, esperándola. Lo miró y jadeó. Él también lo vio.

—Métetelo. Quiero verte llena por todos lados.

Tomó el plug. Lo embadurnó con lubricante y lo llevó a su entrada trasera. Jadeó al sentirlo, empujándolo despacio hasta que quedó completamente dentro. La llenura la hizo gemir aún más alto.

—Ahora sigue. Quiero verte correrte así, completamente abierta, temblando para mí.

Elena volvió al vibrador. Lo presionó sin piedad. Sus dedos entraban y salían de su coño como si ya estuviera siendo follada. El plug la hacía estremecer en cada movimiento. Gritaba, sudaba, el cuerpo entero se le contraía.

—¡Sí! ¡Me corro! ¡Me estoy corriendo!

El orgasmo llegó como una tormenta. Incontrolable. Violento. Se arqueó, gritando su nombre sin conocerlo. Su flujo mojó la silla, las piernas, todo. Se sacudía sin aire, con lágrimas de placer cayéndole por el rostro.

Pero no había terminado.

Él la miraba, la respiración pesada.

—¿Cuántos dedos puedes meterte ahora?

Ella lo entendió. Se empujó tres. Luego cuatro. Estaba tan mojada que su cuerpo los aceptó con facilidad. Gimió como una puta rendida.

—¿Quieres que te haga acabar otra vez? —preguntó él, mientras ya se acariciaba su polla erecta frente a la cámara—. Porque no vas a parar hasta que te lo ordene.

—Sí… por favor… hazme venir otra vez.

—Entonces ponte de rodillas frente a la cámara. Y tócame con los ojos mientras te haces acabar como una perra.

Ella obedeció. En cuatro patas sobre la silla, el vibrador contra su clítoris, el plug vibrando con cada movimiento interno. Se masturbaba mirando su polla, mirando sus labios, jadeando como una posesa.

—¡Sí! ¡Sí! ¡Dámelo! ¡Hazme venir!

Y se vino. De nuevo. Más fuerte. Más sucia. Más intensa. Gritó, goteó, colapsó. Cayó de lado, con el cuerpo temblando, los dedos cubiertos, las piernas mojadas.

Él aún se acariciaba, lento.

—¿Has terminado?

Elena apenas podía hablar. Jadeó un sí, sonriendo.

—Buena chica —dijo él—. La próxima vez, quiero verte meterte algo más grande.

Ella se rió, aún temblando.

—Tendrás lo que quieras. Solo sigue hablándome así.

La pantalla se apagó. Elena quedó en la penumbra, desnuda, exhausta… feliz.

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