Una de mis fantasías sexuales se desarrolla en un lavabo público, del tipo que tiene un lavamanos y un retrete; fue como consecuencia de un cómic erótico que leí.
El prólogo
Desde la ventana de mi despacho veo un grupo de trabajadores de la construcción que cruza la calle desde el edificio. Están poniendo una acera de cemento. Todos son muy musculosos y naturalmente visten pantalones tejanos rotos y agujerados y no llevan camisa. Los miro y los remiro, es un morbo diferente a cuando vas por primera vez a una consulta médica y te da morbo como será el médico, pero en este caso, fantaseo con lo que miro.
Se dan cuenta de que estoy mirándolos desde la ventana, lanzan algunos silbidos y piropos, pero no me preocupan porque estoy interesada en un tío en particular. Es un ejemplar macho magnífico como parecen serlo la mayoría de los trabajadores de la construcción, con un bronceado dorado, músculos sobresalientes, hermoso culo, pelo dorado, rizado y rasgos duros y fuertes. Él no deja de mirar en dirección a mi ventana, y yo sigo contemplándolo mientras trabaja. Esta escena se repite se repite varios días. Lo saludo cuando el equipo llega por la mañana.
El primer contacto
Lo contemplo numerosas veces durante el día. Por la tarde, cuando paso por su lado con el coche, lo saludo y él me mira y me saluda lentamente, dándome a entender sus intenciones de ligar.
Finalmente, un día detiene el coche y me pregunta cómo me llamo, se lo digo y me entero de su nombre, y puesto que la situación da para ello, le sugiero que comamos juntos un día, ¿tal vez mañana?, recibiendo una respuesta afirmativa por su parte.
La cita
Al día siguiente viene a buscarme, me arreglo y me pongo mi mejor lenceria sexy, un tanto atrevida para la primera cita, pero, si la ocasión surge, no quiero que me pille con unas bragas de algodón a punto de ser retiradas de mi vida.
Disfrutamos de una agradable comida en la cafetería de al lado y hablamos de nosotros mismos. Descubro que realmente me he puesto caliente sólo por sentarme junto a este tío y empiezo a moverme inquieta en el asiento al notar que se extiende mi humedad como si tuviera puesto un vibrador.
Me lo ha notado, me lo ha visto en la cara, así que, decide actuar, alarga el rostro por encima de la mesa para acercarlo al mío y respira pesadamente al mismo tiempo que me pone la mano sobre el muslo por debajo de la mesa. Acerca más su silla a la mesa, de modo que alcanza a palpar con los dedos la humedad que provocan mis jugos vaginales.
Todo el tiempo se ríe entre dientes al observar mis esfuerzos por seguir comiendo. Le sugiero que volvamos a mi despacho o por la parte de atrás que es un pasillo largo y desierto en el que están los lavabos. Me detengo frente al de señoras y digo que tengo que entrar. Él se ofrece para ayudarme con la cremallera y con risas atravesamos atropelladamente el umbral de la puerta.
Me folla
Una vez en el servicio, nos besamos y nos fundimos el uno con el otro. Me da la vuelta, me levanta la falda, se saca la polla de los pantalones y me aparta a un lateral las bragas, dejando accesible la zona. Desde detrás desliza su miembro por la reja del culo y por mi coño húmedo.
Yo estoy un tanto inclinada con una mano sobre la rodilla y la otra apoyada en la pared, apenas puedo contener la excitación sabiendo que en cualquier momento sumergirá su verga palpitante en mi coño ansioso que se contrae y palpita. En ese momento, ¡me penetra! ¡Es el éxtasis! Bombea y aprieta en un movimiento circular y luego pasa a intensas arremetidas. No tardamos demasiado tiempo en corrernos los dos, ya que ha estado frotándome el clítoris con el dedo al mismo tiempo. Nos estremecemos y nos aferramos a la vida mientras nuestros abdómenes se ponen rígidos, estiramos las piernas y nuestras espaldas se arquean a la vez que gemimos de placer. En silencio, salvo por nuestras respiraciones pesadas y contenidas y por nuestros suspiros de alivio.
El final feliz
Nos vestimos mutuamente, acariciándonos con detenimiento. Me besa agradecido y yo lo beso con igual gratitud, porque ha sido una experiencia compartida.
Caminamos hacia mi despacho y me deja en la puerta con una mirada de lujuria que me promete más comidas deliciosas en el futuro dignas de los mejores cómics eróticos.
Es tal la excitación, que esta historia se relata en mi mente día si y día también, llegando a los extremos, de que he de coger el mini consolador que suelo llevar en el bolso, y hacer una visita de descarga al baño de mi oficina, visita que, por grado de excitación, no suele prolongarse más de un minuto en acción, a no ser que pase por delante mi compañero, casado con mi amiga, que me hace parar por que si se llega a dar cuenta de lo que estoy haciendo, me lo follaré.