Miguel se mudó a un nuevo piso en el centro de Madrid para unos asuntos del trabajo. De hecho, ya tenía dos meses laborando en un proyecto que le habían encargado.
Cuando llegaba a casa de noche siempre se tropezaba con dos chicas que vivían justo al lado de su piso. Ellas siempre lo saludaban y lo miraban con morbo, de arriba abajo, ya que era un hombre guapo. Miguel se cortaba, pero también las había analizado. Están divinas las dos, pensaba sin demostrarlo y sin decirlo.
A solas
Después del ritual de bañarse y echarse en su cama desnudo -así le gustaba dormir-, Miguel se ponía a leer, pero desde hacía unos días le costaba conciliar el sueño y concentrarse en la lectura porque tenía fantasías con las vecinas de al lado.
Imaginaba poniendo a una de las mujeres a chuparle la polla, mientras que a la otra le pedía que pusiera sus tetas en la cara. Casi siempre se corría con esa imagen en su cabeza y luego dormía feliz.
Dos chicas en la puerta
Tocan el timbre y cuando Miguel abre allí estaban ellas, una con una blusa y sin sostenedor, con los pezones bien parados y evidentes, deseosos de sexo. La otra estaba vestida con su ropita mínima para dormir. Un short de seda y una camiseta transparentosa.
-Hola, chico, pasamos para pedirte un poco de té, tendrás algo para nosotras?
-Pasen adelante, claro que tengo. Té y lo que quieran, dijo Miguel.
Con la polla bien dura, Miguel fue a la cocina por el té y al salir las dos chicas estaban en su sofá desnudas, en pelotas y se estaban masturbando. ¡Ufff!, esa fue la expresión de Migue al verlas. No se molesten, sigan… Quiero ver como se corren, les dijo a las dos mujeres cachondas.
Viendo orgasmos con la polla en la mano
Ellas se tocaban el clítoris, na se agarraba sus propias tetas, se las estrujaba mientras miraba a Migue con deseo desesperado, con ganas de ser penetrada. Mientras tanto, la otra se frotaba en clítoris suavemente. Miguel se fue desvistiendo poco a poco sin quitarle los ojos de encima a las dos guarras que estaban en su salón. Salía baba por su boca y por el orificio de su pene, estaba muy caliente. Su fantasía de todas las noches estaba ahí, ante sus ojos. Lo haría realidad.
El hombre tomó una silla, se sentó frente a las vecinas y se escupió una mano para comenzar a masturbarse. Era la gloria ver a esas dos guarras en su casa y verlas retorcidas de placer.
Una de las chicas no aguantó más y al ver como Migue se masturbaba y gemía se vino con todas sus fuerzas. Se corrió ahí, en el mueble, todo se humedeció. Miguel se excitó aún más y fue a lamer ese fluido, se chupó el coño de la primera que se corrió.
La otra mujer, la que se frotaba las tetas, también se comenzó a masturbar allí al lado de la otra y Miguel quiso que ese orgasmo fuera con su lengua. La comenzó a lamer mientras con una de sus manos seguía tocando el coño de la otra. Aquello era un festival de sexo, gemidos, gritos de placer y muchos fluidos desbordados. ¡Qué coños más ricos tenéis!, dijo Miguel. Siguió lamiendo y la otra chica se corrió también en la boca de ese hombre casi desconocido.
Una fantasía hecha realidad
¡Fóllanos, por favor, fóllanos ya!, le suplicaban las mujeres a Migue, quien con la polla a reventar las tomó de las manos y las llevó a su cama. Allí armó el escenario que tenía en sus fantasías nocturnas.
A una la puso a chuparle la polla y a la otra le pidió que le estrujara las tetas en la cara. ¡Mámalo duro, trágatela toda, quiero oír cómo te ahogas con mi polla!, le decía Migue mientras olía las tetas de la otra. La que mamaba obedecía sus órdenes y la otra subió su coño hasta la boca del vecino porque quería volver a venirse y así fue; al mínimo contacto y a segundos de sentir la lengua de Migue la chica se vino gimiendo como una gata en celo. La otra, la que le mamaba el güevo, se desesperó, se levantó y se metió en su vagina la polla del vecino.
La corrida de Miguel
Miguel comenzó a mover sus caderas para darle placer a la chica que estaba penetrando. Seguía lamiendo coño mientras penetraba a la otra, la hacía temblar, arriba, abajo y la chica genía, se mecía sobre el pene de su vecino, se estremecía. ¡Voy a correrme!, decía. Se corrió en la polla de Miguel y de pronto la otra también quería metérsela. Fóllame a mi ahora, le dijo.
Miguel las puso en cuatro a las dos, lo metía en la vagina de una y después en la de la otra. Cuando sentía que se iba a correr, el hombre paraba, las tocaba con morbo, les metía el dedo en el culo a las dos. Luego empezaba de nuevo, penetraba un rato a una y otro rato a la otra. Se volvían a correr con su pene adentro.
Después las volteó y a las dos las puso a chuparle la polla. “Vamos, las quiero ver lamiendo mi polla, vamos, no paren, perras!”, les gritaba. Ellas lamían y se masturbaban al mismo tiempo, querían seguir acabando y acabando. Estaban cachondas, como desesperadas por ser cogidas, lamidas, ansiosas de orgasmos.
Miguel saboreaba esa mamada doble y les halaba el cabello, hacía que una se metiera su pene entero, bien grueso y caliente, y después se lo clavaba completo a la otra en la boca. Se estaba masturbando con las bocas de sus vecinas y el clímax estaba en la puerta, el semen quería salir como una fuente con tiempo en sequía, sentía que la polla le iba a explotar y así fue, explotó. La leche de Migue comenzó a salir a chorros, con fuerza, blanca, cremosa, y mientras salía él la tiraba contra la cara de una y la cara de la otra chica. Las bañó con su semen, se reía mientras acababa, las mujeres se chupaban su líquido con lujuria y se volvieron a correr de puro placer.
Después de la faena, se vistieron y le dieron las gracias al vecino por el té… y la leche.