Lucía: un látigo y tacones de aguja

Cuando estoy con una chica siempre me gusta que me domine, me gusta sentirme su esclavo, tengo siempre ese deseo de que me den órdenes, de ponerme en cuatro como un perro y que me den latigazos y punta pies con tacones aguja. De sólo pensarlo, mi polla se levanta, siento como se pone gruesa y roja. Pero, no siempre es tan sencillo conseguir a una tía que le guste cumplir mis deseos, que sea una guarra y perversa como yo. Mayormente se asustan y yo termino haciéndome una paja en el baño de casa o de las suyas.

La historia es que esta vez llegó una mujer al trabajo, una nueva recepcionista con gafas, se veía como una maestra puta de escuela y justo traía unos tacones aguja que me excitaron imaginándolos caminando sobre mí y dándome patadas. Me distraje tanto viéndola e imaginando guarradas que me tumbé el café encima. Ahí estaba yo, con la camisa vuelta nada por el café y con las ganas intactas de tener sexo con eta mujer que apenas conocía.

Antesala en el baño

Me fui al baño corriendo y cuando estaba en el lavabo me quité la camisa para limpiarla un poco, ya saben que el café es un tema si no lo sacas a tiempo. Aunque  no me importaba tanto la camisa, estaba realmente más concentrado en la nueva empleada, en follármela, en cumplir mi fantasía. La nueva empleada, la recepcionista, muy osada, se vino detrás de mí, entró al baño y se ofreció a ayudarme. Pues, si no te importa estar en el lavabo de hombres, acepto tu ayuda.

-¿Cómo te llamas?, le pregunté.

-Lucía, ¿usted cómo se llama?

-Soy Fernando, pero me puedes llamar Fer como prefieras.

Entre una pregunta y otra para hacer más grato el encuentro del baño, Lucía me contó cómo llegó a obtener este trabajo acá y mientras hablaba yo sólo podía imaginarla follando conmigo, esclavizado bajo sus pies. La polla se me puso tiesa y ella lo notó, vaya que lo notó. Mi pantalón parecía una bomba a punto de explotar. Traté de pensar en otra cosa, pero nada hacía que bajara.

Ella miró mi pantalón levantado, me vio a los ojos con cara de perra deseosa de sexo y sonrió, pero con esa sonrisa de mujer que también imagina cosas y las quiere hacer contigo. “Por encima se ve que la tiene divina y me disculpa la confianza”, me dijo la señorita. “Vaya a mi casa esta noche que me acaba de poner cachonda. Vivo en frente al café Los Robles, edificio Clarín. Piso 6”, dijo Lucía sin pena alguna y salió a sentarse a su puesto en la recepción.

Lo que me esperaba en el piso 6

Llegué 10 minutos más tarde, me había rasurado todo el cuerpo y estaba listo para cualquier cosa que esta chica quisiera. Me abrió la puerta al segundo timbrazo, estaba en tacones y con una bata de casa de color negro. Parecía que se había recién bañado para mí. Olía a sexo, así olía Lucía esa noche, a guarra. En su mirada había un letrero que decía: esta noche la vamos a hacer.

Me invitó a pasar, me llevó a la sala, donde había un gran espejo, y al fijarme en la mesa del centro me percaté de inmediato que sería una noche lujuriosa. Esta mujer es de las mías. Había un látigo de cuero, unas esposas, varios vibradores, juguetes que ni siquiera había visto en mi puta vida, condones, aceites. Lucía era de armas tomar y yo quería ver cómo las tomaba y me follaba.

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Me cogió como a un perro

Sin mucho rodeo la chica se quitó la bata, tenía puesto un conjunto de cuero, los pezones sobresalían, rosados, divinos. Tenía puestas las gafas de maestra puta y así, con poder, me ordenó que me desvistiera. Le hice caso de inmediato. Ella me miraba tomándose una copa de vino tinto.

«Te quitas la ropa y te acuestas en el piso que te la voy a chupar y te voy a caminar encima con mis tacones», me ordenó. Eso hice, esa orden me hizo explotar de placer, estaba soñando, coño, por fin una guarra como yo. Echado en el suelo la mujer me pisó los cojones con los tacones de aguja y yo me revolcaba de placer. Gime, quiero que gimas como un cachorro, me decía. Luego llevó su boca a mi polla y me la chupó como diabla, desesperada. «Detente, que me corro», le grité.

En cuatro y de perrito

Me dio un latigazo para que no me corriera y me dio otra orden: ponte en cuatro, quiero que seas mi perro y me veas masturbarme por el espejo. Me puso un collar de perro con su correa, con una mano sostenía la cuerda y con la otra se tocaba el clítoris mientras yo la veía cachondo.

Y allí estaba yo, como un perro, cumpliendo sus deseos y los míos. Verla frotándose y verme yo mismo sometido era un cuadro perfecto. No sé cómo pude aguantar que el semen no saliera a chorros.

La corrida de Lucía

Ladra, decía, ladra que me corro. Y mientras se corría yo ladraba y ella me pegaba punta pies mientras se corría. Yo ladraba y maullaba de placer. Después me ordenó que le lamiera el clítoris y se corrió de nuevo.

Con su segundo orgasmo me tiró al piso de nuevo y me chupo la pilla. Esta vez dejo que me corriera. Mi leche salía como en cámara lenta, todita para ella, le salpicó la cara, las tetas y ella me pidió que también lamiera mi propia leche.

Esa noche fui su esclavo sexual. Me dominó, y justo hizo todo lo que me encanta sin yo pedir nada. Haría que esta noche se repitiera mil veces más. Cuando quieras a este sumiso a tus pies, sólo pídelo y aquí estaré, eso le dije después de reponerme, me puse mi ropa y me fui. Al día siguiente, en el trabajo, nos vimos como si nada.

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