Mi hermana y yo somos las zorras de Fernando, vivimos todos en la misma casa junto a mi madre la que se hacía como que no sabía, veía, ni escuchaba nada.
Fernando, a quien desde ahora llamaré “mi amo”, estaba loco por penetrar a mi mamá; la veía con deseo, se notaba la forma en la que fantaseaba con ella, y a decir verdad, para ser una mujer de cerca 50 años de edad estaba muy bien conservada, tetas algo caídas por el paso de los años, pero de gran tamaño, delgada, con un culo increíble, cabello largo de color castaño, no dudo que es su juventud haya sido una mujer despampanante; lo cierto es que mi amo ya le había echado el ojo, nos quería a las tres a sus pies.
El plan perfecto
Un buen día, ya él tenía todo planeado, nos reunió a mi hermana y a mí, la orden era sencilla, deseaba a mi madre y el nosotras debíamos ponerla en bandeja de plata para él.
Como buenas sumisas obedecimos a la orden, nos escabullimos en su habitación una noche, la agarramos con fuerza, mientras yo evitaba que escapara mi hermana la amarraba de manos y pies, la situación nos tenía calientes a las dos, era una completa locura, pero deseábamos ver la cara de satisfacción del amo cuando viera que cumplimos con la petición.
Las manos de mami estaban amarrados a su espalda, la dejamos arrodillada con una mordaza y completamente desnuda, así lo había ordenado Fernando y nosotras estábamos para obedecer, ella gritó y suplicó que la soltáramos, nos repitió una y mil veces que era nuestra madre, pero el morbo nos tenía al límite.
¿Qué hay de nuevo en el menú?
Cuando todo estaba listo, entró mi amo al dormitorio, miró lo que habíamos hecho y se dirigió a mi madre, sin poner un dedo encima le dijo que quería que apreciara qué tan putas eran sus hijas. Acto seguido me pidió desnudarme completamente y ponerme en cuatro, frente a mi madre; mi hermana, mientras, lo desnudaba a él, dejando expuesta su firme polla erecta; sin aviso previo me penetró la vagina, la embestida fue salvaje, sentía como mi sexo ardía, se inflamaba poco a poco, pero me encantaba, mi madre solo gritaba, y se retorcía mientras veía aquel acto de violencia erótica que disfrutábamos mi hermana y yo.
Tras unos minutos, mi amo saco su rosado pene de mi vagina, ya mi hermana lo esperaba arrodillada, lista para ser dominada por aquel hombre que nos volvía locas; Fernando la recostó sobre una pared frente a mamá, le pidió que abriera su boca y comenzó a follarle la garganta. En tanto, mamá continuaba negada a lo que estaba observando, mi hermanita estaba siendo casi ahogada con aquella polla que se veía hinchada al máximo, tras un rato y dejarla casi moribunda en el piso de la habitación sacó su verga y se dispuso a jugar con su nueva zorra.
“Mamá solo ten paciencia”
Su gran pene estaba firme y lleno de saliva, comenzó a recorrer el cuerpo de mi madre quien continuaba amarrada, mientras estaba detrás de ella la tomó por el cuello con mucha lujuria y despacio para inclinarla y pegar su rostro a piso, así quedó el culo de mi madre levantado, servido como él lo había deseado. El glande de Fernando comenzó a acariciarle las nalgas, ya podíamos notar que ella se había calmado, claro, aunque él estaba loco por hacerla su nueva sumisa, la trataba de manera dulce y con delicadeza, con deseo, no quería que ella lo sintiera una violación, no, el deseaba que ella descubriera las delicias que mi hermana y yo disfrutábamos, que no solo era ser fieles corderos a sus pies, sino una ola de pasión caricias, ternura, agresividad, una mezcla de tantas cosas que hacían que nosotras estuviéramos ahí, rendidas.
Con su pene recorría la raja de su culo, bajaba y subía con suavidad, frotaba en algunas zonas, él quería que ella suplicara ser penetrada; poco a poco fue bajando por su pierna derecha hasta sus pies, fue ahí cuando vi a mamá dejar escapar un fuerte suspiro que nos hizo saber a todos que ya mi amo lo estaba logrando, recorría sus pies, su pierna, decidió ponerla a prueba colocándose frente a ella con su gran erección. Y si, su rostro había cambiado, su expresión gritaba un deseo de penetración, con voz entrecortada le pidió acercarse, mi amo aceptó y ella le dijo en un susurro “¡Penétrame ya!”.
Él sabía que lo lograría
Una sonrisa de victoria se dibujó en los labios de Fernando; pero algo si estaba claro en el juego: “El no obedecía, nosotras lo hacíamos”.
Nuevamente se puso detrás de mi madre y comenzó a masajear con sus manos su culo, comenzó a dar nalgadas, y aunque ella suplicaba ser follada el hacía caso omiso, cuando la piel de mi madre estaba enrojecida de tantas palmadas sin aviso alguno le metió la polla hasta el fondo, un fuerte gemido se escuchó en la habitación dando rienda suelta a una sinfonía de alaridos de placer.
Yo no aguantaba la excitación que tenía, de mi salían chorros, así que comencé a masturbarme, mientras veía como mi amo movía frenéticamente sus caderas, sin parar hasta que por fin sus jugos comenzaron a salir bañando la espalda de mi madre, quien no paraba de retorcerse de tanto placer.
Desde ese momento Fernando comenzó a ser el dueño de las tres, hacíamos todo lo que él decía, y si, nuestra parte favorita era encerrarnos los cuatro y decir a todo ¡Si señor!