Primera vez en su boca

No era la primera vez que se veían, pero sí la primera que estaban solos.

El gimnasio ya había cerrado. Solo quedaban las luces de emergencia, el sonido sordo de los lockers cerrándose en la lejanía y el eco lejano de una ciudad que se olvidaba de sí misma por la noche. Diego se ajustó la toalla en la cintura y lo miró. Javier estaba frente a él, secándose el cabello con lentitud, el torso aún húmedo, la piel brillando bajo el neón. No hablaban. No lo necesitaban.

Hacía semanas que se observaban en las duchas. Entre repeticiones. En las miradas fugaces al espejo. Era una tensión húmeda, densa, cargada de algo más que sudor. Y esa noche, simplemente, no querían esperar más.

—¿Vas a seguir mirándome o vas a hacer algo? —dijo Javier, dejando la toalla caer al suelo.

Estaba completamente desnudo. El cuerpo esculpido, las venas marcadas en los brazos, y la polla ya a medio endurecer. Diego tragó saliva. La suya latía bajo la toalla, hambrienta. Dio un paso. Luego otro. Hasta quedar frente a él.

—Bésame —le dijo Javier—. Y después… bájate.

Diego no dudó. Le sujetó el rostro con ambas manos y lo besó como si se lo debiera. Sus lenguas se buscaron con urgencia, con hambre. Javier lo apretó contra su cuerpo, frotando sus erecciones, jadeando contra su boca.

—No pensé que te calentaras tan rápido —dijo, con una sonrisa ladina.

—Llevo semanas pensando en cómo sabrías —respondió Diego.

Se arrodilló sin esperar más.

Frente a él, la polla de Javier se alzaba gruesa, palpitante, perfectamente esculpida. Diego la tomó con ambas manos y la lamió desde la base hasta la punta, deteniéndose en el glande para darle vueltas lentas con la lengua. Javier gimió, apoyando una mano en su cabeza.

—Chúpala. Métetela toda.

Y él lo hizo. Se la tragó lentamente, dejando que cada centímetro lo llenara, sintiendo cómo le presionaba la garganta. La saliva resbalaba por su barbilla, y eso lo calentaba aún más. La sacaba y la volvía a meter, cada vez más profundo, jadeando por la nariz.

—Mierda… —susurró Javier—. Tienes la boca perfecta.

Diego lo miró desde abajo, con la polla en la boca y los ojos encendidos. Le encantaba verlo gemir, ver cómo perdía el control. Javier comenzó a moverse, a follarle la garganta despacio. Lo sujetó del cabello y marcó el ritmo. Un vaivén húmedo, obsceno, delicioso.

—No pares. Te voy a llenar la boca si sigues así.

Diego sacó la lengua y la movió por la punta mientras lo masturbaba con una mano. Con la otra, se acariciaba a sí mismo. Su polla ya estaba tan dura que dolía.

—Quiero que te vengas en mi cara —dijo, con voz ronca—. Quiero probarte.

Javier lo empujó suavemente contra la pared, lo levantó sin esfuerzo y lo besó con furia. Su cuerpo vibraba. Diego lo rodeó con las piernas y se frotaban, piel contra piel, con las pollas chocando, mojándose con el preseminal que no dejaba de brotar.

—Date la vuelta —ordenó.

Diego obedeció. Se apoyó contra los lockers. Javier escupió en su mano, lo lubricó rápido, sin juegos. Le separó las nalgas y le pasó el dedo por el medio, lento.

—Estás tan caliente que te voy a romper.

—Hazlo —jadeó—. Fóllame ya.

Lo penetró con una sola estocada. Profunda. Lenta. Diego gritó. La sensación de llenura lo desarmó. Javier se quedó unos segundos dentro, jadeando, saboreando la presión, el calor. Luego empezó a moverse.

Primero lento. Luego rápido. Luego sin piedad.

Lo sujetaba por las caderas, se las clavaba con fuerza. Los gemidos llenaban el lugar. El sonido húmedo de la piel chocando se mezclaba con las respiraciones agitadas. Diego se tocaba mientras lo follaban, sintiendo cómo cada embestida lo volvía más salvaje.

—¡Más! ¡Más profundo! —gritaba.

Javier le escupía la espalda, lo nalgueaba, lo apretaba con rabia. Estaban completamente fuera de sí. La tensión acumulada por semanas explotaba entre jadeos y gemidos.

—Te voy a llenar. Vas a caminar goteando mañana —le dijo Javier al oído.

—Hazlo —suplicó Diego, temblando—. Haz que no pueda olvidarte.

Y lo hizo.

Javier lo agarró por el cuello, se empujó tan hondo como pudo y se vino con un gemido ronco, largo. Diego lo sintió caliente, profundo, llenándolo. Se vino al mismo tiempo, sin tocarse. La pared frente a él quedó manchada. Sus piernas temblaban.

Cayeron al suelo, sudorosos, jadeantes, sin palabras.

—¿Y ahora? —preguntó Diego, mirándolo con una sonrisa sucia.

—Ahora —dijo Javier, pasando los dedos por el semen que goteaba—. Vamos por la segunda ronda. Esta vez, en el banco. Y quiero que grites más fuerte.

Y Diego lo siguió.

Porque cuando por fin lo probas… no querés otra cosa.

Deja un comentario

Sitio web para mayores de edad | +18 El sitio al que estás accediendo contiene material pornográfico y es de acceso exclusivo para mayores de edad. Para acceder al mismo tienes que confirmar que cumples con la edad legal en tu país para poder acceder a este tipo de contenido.