Mariana necesitaba masajes corporales para libiar una tensión muscular que la traía un poco cansada, estresada. Su médico le había recetado hacer terapias de masajes y le recomendó una chica que él conocía por ser una de las mejores en ese tema.
Haciendo caso a su doctor, Mariana decidió apartar algo de dinero y visitar a esta terapeuta para iniciar cuanto antes su proceso de rehabilitación. Los dolores musculares no le permitían sentirse a gusto. Además, llevaba tiempo sin pareja y necesitaba que algunas manos le hicieran sentir que estaba viva. Lo pasa es que ella no sabía a qué manos le entregaría sus dolencias.
La cita
Ese día se puso su mejor ropa interior porque su mamá siempre le decía que debía estar impecable al ir a un médico, aunque en este caso era para una sesión de masajes. Mariana se puso ropa íntima muy chica, se colocó un vestido negro para ir cómoda y comenzar de una vez los masajes.
Llega al sitio que le indicó Alexandra, la masajista, una mujer de manos muy finas, suaves, alta, de cuerpo atlético y cabello rojizo. Mariana se da cuenta que es un piso, toca el timbre donde dice Terapias Corporales Ale Piel y la puerta se abre de manera automática.
Efectivamente, Alexandra ofrece los servicios de masaje en su piso, no en un centro estético o una oficina especial. Sin embargo, tiene un salón dispuesto con aromas especiales y una camilla para atender a sus clientes.
Como sus servicios son en su departamento, ella verifica que los horarios de un paciente no coincidan con otro. Así que Mariana estaba allí completamente a solas con Alexandra, quien la recibió en una bata tipo médico, a través de la cual se podía ver su ropa interior. “Esta chica está casi desnuda”, pensó Mariana.
De inmediato, Alexandra la hizo pasar a la habitación de las terapias, le dio una bata y le dijo que se quitara toda la ropa. Desnúdate, por favor, le pidió a Mariana, quien, como hipnotizada, se desvistió por completo y se colocó la bata.
“Túmbate en la camilla boca abajo, por favor, guapa”, le dijo Ale a Mariana, una joven de cabello rubio y ondulado, delgada y con unas piernas muy blancas, culo levantado y tetas bien puestas.
Ale sacó un aceite, se frotó las manos él y poco a poco fue acariciando los pies de Mariana, Metía sus dedos entre los dedos de los pies de paciente y ésta ya comenzaba a tener la piel erizada, se notaba que era placentero lo que le hacía la terapeuta.
Manos ardientes
Mariana era heterosexual, pero Ale si había estado con chicas. Así que al ver que a Mariana le gustaba lo que le hacía se comenzó a incentivar. Después de los pies, fue colocando más aceite en las batatas de Mariana y continuó acariciando, a veces con fuerza para relajar el músculo, y otra para excitar a la chica de piernas blancas.
Ale paró un momento, le retiró la bata a Mariana y comenzó a correr sus manos hacia los muslos. Mariana estaba comenzando a sentir palpitaciones en su vagina, pero disimuló lo más que pudo, hasta que la masajista, sin pena alguna, metió una de sus manos entre su culo. Alexandra sabía muy bien que Mariana estaba excitada y que era nueva en esto de mujeres.
“Te voy a relajar el músculo, pero también te voy a a hacer explotar el clítoris de placer”, le dijo Ale a Mariana en el oído y en voz muy baja. “No soy lesbiana”, dijo Mariana. “Eso no importa, tú solo siente”, le respondió la terapeuta.
Mariana estaba temblando, no sabía qué hacer, pero allí se quedó, lista para recibir placer, cerró sus ojos y se dejó llevar por las manos dulces de esa mujer.
Explosión orgásmica
Las manos de Alexandra viajaron ricamente por las tetas de Mariana, como ella estaba boca abajo, le tocaba los lados de las tetas, y eso hacía que Mariana se excitara más, a tal punto que se volteó de golpe y comenzó a besar en la boca a Ale. Se besaron con hambre, como desesperadas, se metían lengua por todas partes.
Ale paró de besarla para quitarse la ropa. Se desnudó frente a Mariana y luego le abrió las piernas y comenzó a tocar su clítoris. Mariana estaba muy mojada, se retorcía en esa camilla, gemía, chúpame, le pedía a Alexandra.
Pero Ale pasó rato jugando con el clítoris y las tetas de Mariana. Le chupaba los pezones, le metía la lengua en la boca y con sus dedos tocaba el clítoris de su paciente. “Aquí te vas a relajar por completo y más nada te va a doler”, le dijo Ale a la chica rubia que estaba jadeando de placer.
Por fin, Ale llevó su lengua en el coño de Mariana y comenzó a lamerla suave, en círculos y luego le comenzó a meter un dedo en la vagina al mismo tiempo. El clítoris de Mariana estaba hinchado, muy grande y ella estaba tan caliente que, en serio, no sentía ya ningún dolor muscular. Solo quería correrse fuerte. Tenía tiempo sola y ya había olvidado lo que era un orgasmo. Aunque de momentos se asustaba por estar con una mujer, el placer que sentía la dominaba y se dejaba hacer todo lo que Ale quería.
Entre lengua, agarradas de tetas y ese dedo en la vagina que la volvía loca, Mariana no aguantó más y se corrió en la boca de Ale. “Me corro, coño, me corro en tu boca”, gritaba Mariana.
Mientras la paciente se corría y se retorcía de placer, Ale se tocaba a sí misma el clítoris y también terminó por correrse. El piso estaba mojado, la camilla también, y no parabas. Después comenzaron a besarse, se pasaron a la cama de Ale y allí se cogieron todo el día. El clítoris de Mariana explotó más de 6 veces, con la lengua, con los dedos y hasta con la pierna de Ale. Las chicas se dieron placer hasta la noche, no podían parar de follar. “Quiero volver a verte”, le dijo Mariana a Ale. Y así quedaron para otra sesión explosiva.