Estrenando a la colegiala

Era una mañana bastante fría y me dirigía a enviar unas encomiendas que habían quedado pendientes del trabajo, era miércoles, un día muy aburrido para mi gusto, me subí al autobús como es costumbre y vi a una chica de unos 17 años aproximadamente; vestida muy informal, de jean azul y camiseta de cuadros rosada, además tenía encima una chaqueta para resguardarse del frio.

Me senté a su lado y pude notar que tenía algunos libros en sus piernas y los audífonos puestos. Me tomé el atrevimiento de preguntarle qué música escuchaba; volteó a verme muy seria, se sacó un audífono y cambié mi pregunta “¿No has tenido clases?”

Si, solo que mi profesor de segunda hora no asistió así que me devuelvo a casa.

Las oportunidades solo se nos presentan una vez

Nos bajamos en la misma parada y le ofrecí tomarnos algo, ella aceptó gustosa, me acompañó a llevar las encomiendas y nos fuimos a un café de la zona.

Acompañamos la amena chara con un café, ella me contaba sobre la música que le gustaba y yo sobre mis hobbies. Le nombré varios grupos que me gustaban y coincidimos “¿Quisieras verlos?”. – Claro. Me dijo sin pausa.

Tomamos rumbo a mi casa. Al llegar me quité el abrigo y me quedé en una camisa bastante holgada, pero con un escote en la parte frontal muy pronunciada, dejaba que mis dos grandes tetas se asomaran. Invité a mi nueva amiga a ponerse cómoda; ella se despojó de su chaqueta, quedando en camiseta y exhibiendo sus lindos pechos que a pesar de estar pequeños tenía buena forma.

Veamos qué resulta

Sentadas en el sofá comenzamos a ver los CD (la moda del momento); una infinidad de bandas que tenían a mi querida invitada maravillada, pero podía notar como de vez en cuando sus ojos se desviaban a mi escote.

De un momento a otro, cuando, me imagino, no aguantó más la tentación, me dijo “No te conozco, pero me doy cuenta que tienes unas tetas hermosas, grandes, me encantaría tenerlas así; yo soy de pechos pequeños”.

Ven que te enseño

Ella me había atraído desde el momento en que la vi sentada en el autobús, así que subí la mirada mientras ella hablaba y le pregunté: “¿Quieres verlas?”

Claro, si no es molestia para ti.

Me dijo, con unos ojos que demostraban timidez y a su vez se iluminaban como dos faroles.

Me dispuse a quitar mi camisa, desabroché el bra blanco en el que tenía acorralada mis dos grandes tetas y las liberé mientras ella estaba en frente de mi atónita y emocionada.

Son hermosas, tan bellas que quisiera tocarlas. ¿puedo?

Fue imposible dejar de sentirme algo excitada con aquella pregunta que venía de una tierna escolar, seguramente inexperta en la sexualidad ¡Claro, tócalas! Dije sin titubear.

Con lentitud sus manos se acercaron a mis dos grandes redondeces y comenzaron a masajearme; sus manos eran delicadas y se deslizaban en mis tetas con una sutileza que cada vez me hacía poner más y más caliente.

Es que las mías son realmente pequeñas.

Me dijo aquella chiquilla que me estaba haciendo excitar con cada caricia, “A ver, muéstrame” le dije, quería saber que tan lejos podríamos llegar.

La curiosidad en su máxima expresión

Quitó su camiseta, no llevaba bra así que de una vez quedó con sus pechos al aire, que, a decir de verdad, para mí no estaban nada mal; “¿Puedo?” pregunté cuando ya dirigía mis manos hacia ella con deseo. Como no se negó comencé a masajear con suavidad, sus pezones eran pequeños como un botón, de un rosado delicioso que me incitaba a saborearlos.

Al notar que no ponía resistencia, acerqué mi boca a sus senos y comencé a chupar, pasaba mi lengua alrededor de sus areolas, mordía con suavidad. Ella estaba deseosa de hacer lo mismo que hacia yo, así que la dejé, me incliné un poco hacia atrás del sillón y ella se abalanzó sobre mí para imitar los mismos movimientos que yo había realizado en ella.

Estás en mis manos primeriza

Su nerviosismo estaba a flor de piel, ambas lo estábamos disfrutando, pero se notaba su inexperiencia inocente, dejando en evidencia que esto era primera vez que a ella le ocurría; “¿te gusta lo que hacemos?”.

Me encanta, la verdad nunca me había dejado tocar por otra mujer, y con los hombres no había tenido tanta suerte.

Comencé a besarla en el cuello, en la comisura de sus labios, y a sabiendas de que le gustaba continúe a comerle la boca, mi lengua se entrelazaba con la suya, mojaba sus labios haciéndolos resbalosos, dejándolos escapar de cuando en vez para que fuese ella quien buscara los míos, sus besos iban encendiendo cada vez más el momento; ya las caricias comenzaban a salirse de control, pues nuestras manos comenzaban a recorrer poco a poco el resto de nuestro cuerpo el cual denotaba su máxima excitación.

Su piel estaba completamente erizada, dejaba escapar uno que otro suspiro de placer mientras recorría su cuello y bajaba nuevamente hacia sus lindos y juveniles pechos, los cuales tenían dos pezones que habían pasado de ser suaves a estar duros como clavos, delicioso sentirlos recorrer mis labios dejándolos bien lamidos. Un jugueteo por aquí y por allá mientras bajaba hacia su precioso abdomen, para luego desembocar en su pubis, el cual estaba arreglado con peluquería íntima incluida como si supiera lo que iba a suceder.

Deliciosa vagina

Sin necesidad de pedirlo ella fue separando sus piernas ligeramente para dar espacio al placer que estaba segura que gozaría. Mi lengua recorría sus labios vaginales de arriba hacia abajo mientras ella, en el sofá se retorcía, cada espasmo era indicativo de que no debía parar, pasé mi lengua por su clítoris, que divino era jugar con aquel pequeño timbre que parecía nunca había sido tocado, de su boca solo salían gemidos de placer. Mis dedos se fueron acercándose hacia su vagina, pero no me quise apresurar, suavemente la acariciaba, metía  un dedo y lo volvía a sacar, en eso estuve unos minutos, con mi lengua me adentraba lo más que podía en su vagina, moviéndola de un lado a otro, ella solo me pedía que no parara; cuando sus jugos chorreaban, fue el momento ideal para meter mis dos dedos en su vagina, los movía desenfrenadamente mientras chupaba sus labios, ¡Más! era lo único que decía, así que metí un tercer dedo, desesperada de placer se movía y de un momento a otro bajo su mano para comenzar a tocarse mientras yo la masturbaba frenéticamente. En unos minutos más sus espasmos fueron más intensos y continuos hasta que un caudal de líquidos baño nuestras manos en sincronía con un grito de placer.

Quedamos ambas exhaustas en aquel sofá, tiradas las dos, como si de un maratón se hubiese tratado, “¿Nunca habías tenido un orgasmo?” le pregunté, su respuesta fue corta y directa “No, y creo que no tendré uno mejor que este”.

Ambas nos quedamos un rato charlando mientras tomábamos fuerzas de nuevo, nos alistamos y la acompañé hasta su casa, no sin antes prometernos un nuevo encuentro.

 

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