La habitación aún olía a sexo. Las sábanas pegajosas, los cuerpos sudorosos. Pero no había cansancio. Solo la ansiedad de repetir. Matías no había dormido ni un minuto. Estaba en el medio de esa cama, con la polla dura otra vez, sintiendo que sus límites se habían borrado.
—¿Estás despierto? —murmuró Julián, acariciando su espalda.
—Lo estuve todo el tiempo. Y quiero más.
Diego, aún medio dormido, lo oyó. Lo miró con media sonrisa torcida.
—¿Quieres seguir jugando?
Matías se giró. Se subió sobre Diego, le mordió el cuello, le frotó la polla endurecida contra el abdomen.
—Quiero que esta vez me usen como si fuera suyo. Como sucio. Como perra.
Una perra para dos
Diego abrió los ojos del todo. Julián ya estaba de pie, desnudo, buscando algo en la cómoda. Sacó unas esposas, una correa, y un plug negro con base ancha.
—¿Seguro? —preguntó, con voz grave.
—¿A qué esperan? Átenme.
En minutos, Matías estaba esposado a la cabecera, de rodillas sobre la cama, con el plug ya adentro, gimiendo cada vez que Diego se lo empujaba más profundo con los dedos. Estaba abierto, pero apretado. Lleno, pero hambriento.
—Mirá cómo se mueve cuando lo tocás —dijo Julián, tocándose mientras lo observaba—. Está desesperado.
—¿Querés que te rompa otra vez? —le preguntó Diego, sujetándole el cabello.
—Sí… —gimió Matías—. Pero los quiero a los dos. Uno adelante. Otro atrás. Quiero acabarme gritando.
Y se lo dieron.
Diego se colocó detrás. Sacó el plug con lentitud, disfrutando el quejido de Matías al sentir el vacío. En seguida, lo reemplazó con su polla dura, metiéndosela de golpe. Matías gritó de placer. Julián se subió sobre la cama y le puso la suya en los labios.
—Chupala bien. Quiero terminar en tu garganta.
Matías se la tragó con ganas, mientras era follado desde atrás con embestidas rítmicas, potentes, crudas. Se movían como un mecanismo perfecto, uno metiéndosela profundo, el otro empujando contra su boca. Su cuerpo se tensaba, estirado entre los dos, convertido en objeto de puro deseo.
—Es mío —gruñía Diego.
—No, es nuestro —respondía Julián—. Y lo vamos a dejar temblando.
Un descanso para seguir
Después de varios minutos de esa doble invasión, lo bajaron, lo pusieron de espaldas en el borde de la cama. Julián lo sostuvo por los tobillos. Diego le escupió el torso y le frotó la pija contra el abdomen.
—Quiero que te corras mientras te llenamos. Sin manos. Solo por lo que te hacemos.
Volvieron a penetrarlo al mismo tiempo, uno por el culo, el otro por la boca. Matías ya no hablaba, solo gemía, con los ojos cerrados y el cuerpo rendido, cada fibra suya vibrando por el uso.
—Me corro… ¡me corro! —gimió, y eyaculó violentamente sin tocarse.
Su semen salpicó su pecho, su cuello, el borde de la cama.
Diego lo sostuvo y le acabó dentro segundos después, profundo, apretando los dientes. Julián, jadeando, lo sacó de la boca y le acabó sobre la cara, manchándole los labios, la mejilla, el cuello.
Matías, jadeando, con los ojos brillando, se relamió.
—No me saquen las esposas —susurró, sin aliento—. Quiero que me vuelvan a follar así… toda la puta noche.
Y los dos se miraron.
Porque ya no era solo un trío.
Era una adicción.