No fue planeado. O quizás sí.
Diego y Julián llevaban meses juntos. Una pareja abierta, apasionada, que sabía cómo quemarse la piel sin apagar la relación. Habían hablado de fantasías. De lo que aún no habían hecho. Y entre risas, con copas en mano, surgió la idea: un tercero. Pero no cualquiera. Querían que fuera especial. Que se sintiera como algo más que una noche. Querían conexión, y sobre todo, fuego.
Y entonces apareció Matías.
Lo conocieron en una galería de arte. Alto, moreno, con esa sonrisa de “yo sé lo que te haría sin ropa”. Hablaba poco, pero con los ojos lo decía todo. La invitación fue casi instintiva. Un trago más, una mirada al cuello, un roce bajo la mesa. Lo siguiente fue un taxi, manos por todas partes, respiraciones agitadas y una erección dura apretando los jeans.
El lugar y el momento ideal
Al llegar al departamento, la puerta no terminó de cerrarse cuando Diego ya le estaba besando el cuello. Julián lo tomó por la cintura y le apretó el culo mientras le mordía la oreja. Matías se dejó hacer. Sabía lo que iba a pasar, y quería más.
—Quítenme la ropa —dijo, con voz ronca.
Y lo hicieron. Despacio, como si lo estuvieran desenvolviendo. Primero la camisa. Luego los pantalones. El bóxer. Lo dejaron completamente desnudo en medio de la sala, con la polla dura, palpitante, y los ojos encendidos.
Diego se arrodilló. Julián se agachó junto a él. Ambos comenzaron a lamerle el glande al mismo tiempo, dándole vueltas con las lenguas, rozándose entre ellos mientras lo adoraban.
Matías echó la cabeza hacia atrás. Gemía sin pudor. Ver a dos hombres devorándosela era más de lo que había soñado.
—Sigan. No paren.
Se la turnaban. Uno se la metía en la boca mientras el otro le acariciaba las bolas, luego cambiaban. Julián bajó más y le lamió el culo con hambre. Matías se arqueó de placer.
—Mierda… no me hagan venirme tan rápido.
—Queremos que te corras dentro —susurró Diego, lamiendo el rastro de saliva desde el glande hasta la base—. Pero no en tu primera corrida.
Lo llevaron al dormitorio. Matías se tumbó boca arriba. Diego le montó la cara sin avisar. Julián se acomodó entre sus piernas, lubricó su entrada con dos dedos, y lo penetró lento, profundo.
Matías gemía con la boca llena. Le encantaba el sabor, la presión, el olor del sexo vivo.
—¡Julián…! —jadeó Diego, mientras le cabalgaba la lengua—. ¡No pares, coño…!
Y Julián no paró.
Lo follaba con fuerza, marcando el ritmo con sus caderas. Matías estaba en éxtasis. Entre los gemidos de Diego y la polla enterrándose en su culo, se dejaba llevar. Nada importaba. Solo el ahora.
Diego se corrió primero, gritando. Le llenó la boca y el pecho. Matías tragó lo que pudo. Lo demás le chorreaba por la barbilla.
—Ahora quiero follarte yo —dijo Diego, saliendo del clímax con los ojos salvajes.
Ahora me toca a mi
Julián salió lento. Matías gimió al sentir el vacío. Pero solo por un segundo.
Diego lo montó sin demora. Estaba más duro que nunca. Comenzó a embestirlo sin piedad, sujetándole los muslos, viéndolo derretirse debajo.
—Estás tan jodidamente apretado… —gruñó.
Mientras lo follaba, Julián le ofreció su polla a Matías, que la chupó con ansias, gimiendo con la boca llena.
Estaban todos conectados. Un ciclo perfecto. Sexo sudoroso, húmedo, real.
—¿Estás listo para los dos a la vez? —preguntó Julián.
—Sí. Quiero sentirlos. Rompanme.
Lo giraron sobre el pecho. Julián escupió su entrada. Diego la abrió con los dedos. Ambos se colocaron. Primero uno. Luego el otro. Lentamente. Matías gritó, pero no pidió que pararan.
Y entonces los tuvo. Los dos dentro.
Una sensación brutal, intensa, imposible de describir. Lo llenaban tanto que apenas podía respirar, pero estaba en el cielo. Los sentía moverse en sincronía, jadeando, diciéndole lo bien que se portaba, lo sucio que estaba.
—Mírate —le susurró Diego—. Tan usado. Tan abierto. Tan nuestro.
—No paren… —suplicaba Matías—. No se detengan.
Y no lo hicieron.
Se lo cogieron hasta que las piernas le fallaron. Hasta que gritó su orgasmo sin tocarse. El semen le brotó sin aviso, salpicando la cama, su pecho, sus muslos. Aún así, los dejó seguir. Diego se vino dentro. Luego Julián. Uno tras otro. Calientes, profundos, incontrolables.
Cayeron los tres sobre la cama, respirando como animales.
Silencio. Solo sus cuerpos latiendo juntos.
—¿Y si se repite? —preguntó Matías, sin aliento pero con una sonrisa sucia.
—Después de esto, ya no sos un invitado —dijo Julián, acariciándole el culo.
—Ahora sos parte del equipo —añadió Diego, y le mordió el cuello otra vez.
Y así comenzó lo que ninguno de los tres esperaba…
Una relación donde el sexo era salvaje.
Y el deseo… inagotable.