Cita a ciegas

Salí de casa mirando el reloj. Inevitablemente llegaba tarde.

El frío viento de Febrero se colaba entre las rejillas de mis medias. Volé hasta el lugar de mi cita, era un hotel. Estaba nerviosa y excitada; me preparaba, subiendo las escaleras, para lo que me esperaba tras la puerta de la habitación 303, ya que no sabía si era un refinado empresario o un abrupto obrero.

La llegada

Llamé tímidamente, golpeando la puerta con los nudillos. Y se abrió. No me recibió nadie, pero escuche su voz diciéndome:

– pasa, pasa…

La lujuria

Entré y cerré la puerta. Todo el frío que contenía mi cuerpo se derritió cuando apareció ante mí el motivo de mi cita. Estaba guapísimo, y lo había preparado todo.

Una copa y un porro calentaron el ambiente mientras hablábamos y nuestras miradas se perseguían. Encendió velas por toda la habitación que se reflejaban en las sábanas negras de raso sobre la cama. Sólo deseaba que me arrancara la ropa para fundirme con esas sábanas.

Subió la temperatura, mis ojos se clavaron en los suyos. Lo acababa de conocer, pero ¡Jóder, nunca había deseado a nadie así! La lujuria por sí misma nos dejó en ropa interior.

Sus dedos rozaban mi piel, sus besos eran húmedos, instintivos… Después de juguetear con casi todas las zonas erógenas que poseo, sacó de un cajón un pañuelo negro. Sonrió maliciosamente. No podía permitirle que vendara mis ojos, si me tocaba más conseguiría que me corriera y aún no habíamos empezado.

Empiezo a mandar yo, sino me corría

Decidí tomar las riendas y le robé el pañuelo. Me acerqué despacio y le vendé los ojos. Estábamos frente a frente, mis pezones rozaban su torso y entre mis piernas había explosiones de líquidos y calor, mucho calor. Lamí su cuerpo, sus pezones, sus tatuajes, los mordí. Saboreé el placer de darle placer y chupé su polla hasta que el orgasmo estuvo cerca.

Él tiraba de mi pelo, retorciéndose. Me llevó hacia él con sus manos, nos besamos y comenzó a bajarme las bragas, aunque me dejó el liguero y las medias.

Le atrasé el follarme

Quería penetrarme, quería que me lo follara. Pero yo no. Necesitaba sentir el calor de su boca entre mis piernas, así que me senté sobre ella. Sacó la lengua, ¡Dios!. Apenas empecé a moverme me corrí tan intensamente que me doblé de placer. Él empapó sus dedos en saliva y comenzó a jugar con mi ano; primero un dedo, y como dilataba a pálpitos, metió dos, pero durante la corrida, en mi culo yo me hubiera metido su polla. Mi orgasmo no cesaba, creí reventar de gusto.

– Ahora quiero follarte.

Y me folló, y tanto que me folló

Me dijo. Se quitó el pañuelo que tapaba sus ojos y me miró un instante eterno. En aquel momento mi cuerpo le amaba. Dejó que su deseo flotase hasta mí, me sedujo y luego me hizo suya.

Me penetró por detrás, me la metía en el coño y en el culo alternativamente. En una embestida, retrocedió y salió de mí. Giré para ver que había ocurrido y me cogió en brazos, clavándome en la pared. Allí, con su cuerpo pegado al mío volví a correrme. Vi en su rostro, de nuevo, la llegada del placer supremo y me volvió a dejar sobre la cama, dónde le sentí tan dentro, tan duro, tan…que no quería que parase nunca.

Gemía como una loca y le pedía que no parara por nada. Mis dedos se clavaron en su espalda y en su culo, apretándolo contra mí, dejando marcas del delirio.

Un gemido delató que se estaba corriendo y sólo escucharle provocó el mismo estado en mí. Y allí nos quedamos, fundidos, extasiados, temblorosos, dibujados sobre las sábanas negras…entre sudor, pasión y placer.

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