Mi asistente obediente me hizo corrérmele encima

Desde que Carolina fue ascendida en la agencia de publicidad, su poder era tan evidente como su atractivo. Vestía con elegancia impecable, y cada paso suyo hacía eco en la oficina como una declaración: “Estoy aquí, y mando”. Pero había uno que no se dejaba intimidar por su presencia: Marcos, su nuevo asistente.

Lo había contratado hacía apenas dos semanas, y desde entonces no dejaba de pensar en cómo sería sentir su lengua en los muslos mientras la obedecía sin rechistar. Él era todo lo contrario a los ejecutivos con los que solía lidiar: joven, algo insolente, mirada firme, labios gruesos y esa forma de hablar que, aunque educada, rozaba el desafío.

Una idea atrevida

Aquel viernes, la oficina estaba casi vacía. Se acercaban las 7 de la noche, pero Carolina aún tenía trabajo pendiente. Llevaba una blusa blanca entallada, sin sujetador, y una falda lápiz negra que se abría con una pequeña raja lateral. No tenía citas esa noche, pero algo en ella pedía juego. Estaba caliente, tensa, con la libido subida tras días de fantasías acumuladas.

—Marcos —dijo alzando la voz desde su despacho—, ven un momento.

Él apareció en la puerta con su usual camisa arremangada y una sonrisa ligeramente altiva.

—¿Necesita algo, jefa?

Carolina cruzó las piernas lentamente, dejando que su falda se subiera apenas unos centímetros.

—Cierra la puerta.

Lo dijo sin mirarlo, mientras revisaba unos papeles. Él obedeció.

Empieza a obedecer

Cuando la miró, se dio cuenta de que no llevaba sujetador. Lo supo porque podía ver el leve relieve de sus pezones marcándose bajo la tela blanca. Su respiración se volvió más pesada, y ella lo notó.

—¿Te molesta quedarte un rato más?

—No, para nada. Estoy a su disposición —respondió él, en un tono que dejaba claro que sabía a qué juego jugaban.

—Perfecto. Porque necesito que me ayudes con algo… muy especial.

Se puso de pie y caminó hasta quedar frente a él. Tan cerca, que pudo oler su perfume cítrico, mezclado con ese olor masculino que tanto la alteraba.

—¿Estás dispuesto a obedecerme, Marcos?

—Depende de lo que me pida.

Ella lo abofeteó suavemente, con la yema de los dedos en la mejilla.

—No estás para negociar. Solo responde sí o no.

Marcos tragó saliva, sin apartar la mirada.

—Sí.

Carolina se giró y caminó hasta su escritorio. Se sentó sobre él y separó las piernas.

—Quiero que te arrodilles.

Él obedeció. Quedó justo entre sus muslos, a la altura perfecta. Ella deslizó la falda hacia arriba lentamente, revelando una diminuta tanga negra que ya estaba húmeda.

—Huele. No toques, solo huele.

Él lo hizo. El aroma de su excitación le dio una descarga directa al sexo, poniéndolo duro de inmediato.

—Ahora sí. Quítamela con los dientes.

Marcos metió la lengua bajo el borde de la tanga, con movimientos lentos, calculados. Carolina gemía suavemente, sin pudor. Cuando por fin la tuvo desnuda ante él, abrió las piernas sin disimulo.

—Láme. Hazlo bien. Quiero venir en tu cara.

Y Marcos lo hizo. Se dedicó a ella como un experto, con la lengua firme y profunda, sabiendo dónde detenerse y dónde insistir. La besaba, la succionaba, la lamía con una entrega que la hizo estremecerse. Su clítoris vibraba bajo la atención precisa de su lengua. Las piernas le temblaban.

Carolina lo tomó del cabello y lo apretó contra su centro.

—¡Así! Sigue, no te detengas.

Y el orgasmo la golpeó con fuerza. Gemidos contenidos, cuerpo arqueado, la piel enrojecida. Se vino en su boca, sin disculpas. Marcos la sostuvo hasta que bajó del éxtasis.

—Buen chico… —susurró, aún jadeando—. Ahora levántate.

Él lo hizo. Su erección era evidente, marcando la tela de su pantalón.

—Desnúdate. Lento. Quiero verte.

Marcos empezó a desabotonarse, con los ojos fijos en ella. Primero la camisa, revelando su torso fuerte, el abdomen firme. Luego los pantalones. Cuando liberó su polla, Carolina sonrió.

—Mmm… sí, me gusta. Pero no vas a usarla todavía.

Se bajó del escritorio y se arrodilló frente a él, tomando su miembro con una mano firme. Lo miró desde abajo, manteniendo contacto visual mientras pasaba su lengua por la punta, lenta, provocadora. Él tembló.

—¿Te gusta cómo chupo, Marcos?

—Sí… jefa… me encanta.

Ella se lo metió entero en la boca, profundo, haciendo que él soltara un gemido ronco. Jugaba con su lengua, lo succionaba con ganas, lo dejaba al borde.

—¿Te vas a correr sin permiso?

—No… jamás.

Carolina lo soltó y se puso de pie.

—Perfecto. Ahora ven, siéntate tú.

Un asistente caliente

Lo hizo sentarse en su silla ejecutiva. Luego se montó sobre él, de espaldas, y bajó lentamente su centro hasta hundirse en su dureza. Ambos gimieron al contacto.

—No te muevas. Yo marco el ritmo.

Comenzó a cabalgarlo con un ritmo lento al principio, con movimientos circulares de cadera que lo volvían loco. Él le tomaba la cintura, pero ella le quitó las manos.

—Solo mira. Y aguanta.

Carolina se frotaba el clítoris mientras lo cabalgaba. Gemía fuerte, sin vergüenza. Sus gemidos retumbaban en la oficina vacía. La intensidad aumentaba, se sacudía sobre él, su cuerpo húmedo, los muslos empapados por la mezcla de ambos.

Marcos ya no podía contenerse.

—Jefa… por favor…

—¿Quieres correrte?

—Sí…

—Entonces fóllame como un animal.

Y fue lo que hizo. La levantó en un movimiento brusco, la dobló sobre el escritorio y la penetró con fuerza desde atrás. Cada embestida era una explosión. La oficina temblaba con los golpes. Ella gritaba su nombre, y él la tomaba de las caderas, profundo, rápido, intenso.

Carolina sentía el placer escalando de nuevo. Su segundo orgasmo llegó gritando, mientras él aún la empujaba sin descanso.

—¡Córrete adentro! —ordenó entre jadeos— ¡Lléname!

Y él obedeció. Se vino con fuerza, gruñendo, apretando los dientes mientras su semen llenaba su interior caliente.

Permanecieron así, unidos, respirando entrecortadamente.

Cuando al fin salió de ella, la ayudó a sentarse.

—Eso estuvo… —empezó a decir él.

—No hables —lo interrumpió—. Limpia todo, y mañana vienes más temprano. Quiero una repetición antes de que empiecen a llegar los demás.

Marcos sonrió.

—Sí, jefa.

Y mientras él recogía la ropa, Carolina encendía un cigarrillo, aún desnuda, satisfecha, sabiendo que tenía exactamente lo que quería: un asistente obediente… y bien dotado.

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