Todavía olía a sexo. El aire estaba denso, caliente. Los cuerpos brillaban de sudor, entrelazados sobre el sillón como una sola figura rendida y encendida. Lucía, Valen y Rebeca respiraban agitadas, pero sus miradas todavía tenían hambre.
Rebeca se incorporó, tomó una copa con restos de ron y bebió directo. La miró a Valen, con los labios húmedos y los ojos encendidos.
—No hemos terminado —dijo, casi en un susurro.
Valen sonrió de lado, se pasó la lengua por los labios y asintió. Se levantó y caminó desnuda hacia el dormitorio, sin decir una palabra. Rebeca la siguió. Lucía, aún recuperándose en el sillón, las vio alejarse y se levantó también, tambaleando un poco. Su entrepierna aún palpitaba, pero quería más.
En la cama para más placer
El cuarto era oscuro, iluminado solo por una lámpara roja. El reflejo les daba un tono carnal, como si todo estuviera teñido de deseo.
Valen se acostó boca arriba, con las piernas abiertaspiernas abiertas y las manos detrás de la cabeza, invitando a que la tomaran.
Rebeca se subió sobre ella, boca con boca, montándose a su altura. Lucía se arrastró por la cama hasta quedar entre las piernas de Valen, una vez más, pero esta vez no fue con la lengua.
Trajo consigo un juguete: un pequeño vibrador de silicona negra. Lo encendió. El zumbido fue suficiente para que Valen soltara un gemido bajo.
Lucía acercó el vibrador a su clítoris, rozándolo apenas, mientras Rebeca le chupaba los pezones con intensidad. El cuerpo de Valen se arqueaba, presa del doble ataque.
—No pares… —gimió, abriendo más las piernas.
Lucía aumentó la intensidad. El vibrador zumbaba contra el botón sensible, y con la otra mano le metía dos dedos con fuerza. Rebeca la sostenía por los hombros, la besaba con rabia.
Los gemidos eran constantes. La habitación se llenó de ellos, como música sucia. Valen se vino con un grito sordo, apretando las sábanas con ambas manos, el cuerpo sacudido por un orgasmo intenso, largo, eléctrico.
Lucía se relamió los dedos. Rebeca se bajó de ella y le mordió el muslo.
—Te toca a ti ahora.
Lucía se acostó boca arriba, sin dudarlo. Abrió las piernas sin pudor, con el coño brillando, aún enrojecido por tanto placer anterior.
—Dale, cabrona —retó.
Rebeca se arrodilló, pero Valen la detuvo con una mano.
—No. Esta vez quiero verla gritar yo.
Tomó el arnés de nuevo. Se lo ajustó con seguridad.Se lo ajustó con seguridad. Se veía deliciosa, poderosa. Rebeca se sentó al lado, acariciando el pecho de Lucía mientras Valen se posicionaba y comenzaba a penetrarla con lentitud, firmeza. La entrada fue suave… pero luego vinieron los golpes.
—¡Sí! —gritó Lucía, agarrándose los pechos— ¡Más! ¡Más fuerte!
Valen la cogía con ritmo, golpe tras golpe, cada vez más profundo. Rebeca se agachó y empezó a lamerle el clítoris mientras la penetraban, creando un círculo de placer perfecto. Lucía estaba atrapada en medio de ambas, entre jadeos, carne y saliva.
—¡Me vengo! ¡Me vengo! ¡ME VENGOOOO! —gritó con todo el cuerpo tenso, vibrando, dejando escapar un orgasmo brutal.
Pero no pararon.
A seguir con el placer
Valen sacó el dildo cubierto de humedad y lo deslizó por el ano de Lucía, mientras Rebeca seguía lamiéndola sin descanso. Al principio fue solo presión, luego fue entrada. Lucía no protestó. Se abrió, jadeando, gritando, dejando que la invadieran completamente.
Rebeca se subió sobre su cara y le ofreció el coño. Lucía la recibió con gusto, lamiendo con desesperación, como si necesitara probarla entera para no morir. La lengua recorría, penetraba, jugaba con fuerza. Rebeca se tocaba los pechos mientras montaba la boca de su amiga.
Valen la cogía por detrás, el dildo entrando y saliendo de su trasero mojado, estirado, delicioso.
Lucía se vino de nuevo. Rebeca también. Un grito ahogado, un gemido tembloroso. Las tres se desplomaron sobre la cama, empapadas, exhaustas, vencidas por el placer.
Silencio. Solo respiraciones fuertes. Brazos que se buscaban. Dedos entrelazados.
—¿Y ahora sí terminó? —preguntó Lucía, riendo, con la voz ronca.
Rebeca y Valen se miraron.
—No —dijo Valen—. Pero te dejamos descansar diez minutos.