Entre copas, luces rojas y tus gemidos pegados a mi cuello

La música vibraba en el pecho como un segundo corazón. El centro nocturno estaba repleto, sudoroso, eléctrico. Luces cortaban el humo del ambiente y la pista de baile se movía como una sola criatura caliente, ansiosa.

Ellas estaban ahí. Las tres. Rebeca, Lucía y Valen. Amigas desde hacía tiempo, sí. Pero esa noche no eran amigas. Esa noche eran deseo sin etiqueta.

Todo empezó con miradas. Lucía, la más desinhibida, se acercó a Rebeca mientras bailaban. Se pegó por detrás, le rozó las caderas, el cuello. Rebeca no se movió, no se apartó. Solo echó la cabeza hacia atrás y dejó que su cuerpo hablara por ella. La música las empujaba a fundirse. Lucía bajó las manos, las metió por debajo de la blusa ajustada de Rebeca y tocó piel.

Añadiendo picor al momento

Valen las miraba desde la barra, bebiendo lento, sabiendo exactamente lo que iba a pasar.

Cuando las luces parpadearon en rojo, Valen se acercó. No dijo nada. Tomó a Rebeca de la cintura y la giró hacia ella, le tomó la cara con firmeza y la besó con furia. Rebeca le devolvió el beso con la misma hambre. Lucía, detrás, se reía, tocándose los labios con los dedos, encendida.

—Vámonos —dijo Valen, sin rodeos.

Las tres salieron del club sin mirar atrás. Subieron al auto y durante todo el trayecto se tocaban, se manoseaban, se comían a besos en los asientos. Rebeca le metió la mano a Lucía por dentro del pantalón y sintió que no llevaba ropa interior. Estaba empapada. Lucía gemía bajito, se abría más.

Un lugar más intimo

En cuanto llegaron al departamento, la puerta apenas cerró y la ropa empezó a volar. Las luces del salón eran tenues, pero suficientes. Rebeca quedó en topless en segundos. Tenía unos senos llenos, redondos, con pezones oscuros y firmes que Lucía no tardó en succionar mientras Valen la agarraba de la cintura y le metía dos dedos por debajo de la falda.

—Estás tan mojada que resbalas —le dijo al oído.

Lucía gimió y abrió más las piernas. Valen la masturbaba sin piedad, moviendo los dedos con ritmo mientras le mordía el cuello. Rebeca se arrodilló y comenzó a besarle el abdomen, bajando, hasta que la tuvo frente a ella.

Lucía estaba abierta, brillante, ardiendo. Rebeca no dudó: la lamió de un solo trazo, desde el clítoris hasta la entrada, lenta y con la lengua dura. Lucía se agarró de la pared, jadeando.

—Sigue… por favor… no pares…

Valen se quitó el pantalón y se sentó en el sofá. Tenía las piernas abiertas, los dedos entre sus propios muslos. Se masturbaba viendo a Rebeca comerle el coño a Lucía con hambre, con lengua profunda, mientras con una mano le apretaba las nalgas y con la otra se acariciaba el clítoris.

La escena era una locura. Lucía se venía con un grito, temblando, derritiéndose sobre la lengua de Rebeca. Valen no pudo resistir más y fue hacia ellas.

—Ahora tú —le dijo a Rebeca, empujándola contra el sillón.

La hizo recostarse, le abrió las piernas y le hundió la cara entre ellas sin aviso. La lengua de Valen era directa, húmeda, precisa. Rebeca arqueaba el cuerpo, jadeando, mientras Lucía se subía encima y le ofrecía sus senos, poniéndolos en su boca para que los lamiera, los chupara, los mordiera.

Pijamada entre amigas

Era un círculo vicioso de gemidos, humedad, manos que no paraban de explorar.

Lucía se fue hacia Valen y empezó a besarle la espalda mientras seguía comiéndole el coño a Rebeca. Luego bajó, le besó el culo, se lo separó y le metió la lengua.

Valen gemía entre piernas, con la boca llena de Rebeca y el ano invadido por la lengua de Lucía. Se masturbaba con fuerza, mojada como nunca. Era puro fuego.

—Me vengo… —jadeó Rebeca, y su cuerpo se sacudió, desbordando entre las manos de Valen.

Lucía se arrastró hacia el suelo y se puso entre las piernas de Valen. Ambas se turnaban: Rebeca lamía, Lucía metía los dedos. Valen se deshacía en medio de ellas. Cuando vino, gritó, las piernas le temblaron, su cuerpo convulsionó. Se dejó caer en el sillón, jadeando, empapada en sudor y sexo.

Pero no pararon.

Rebeca tomó una correa con dildo del cajón —la tenían guardada “para ocasiones especiales”— y se la puso. Lucía se arrodilló de espaldas y se abrió para ella. Rebeca la penetró de un solo empujón, con fuerza, sujetándola de las caderas mientras Valen se agachaba frente a Lucía y le lamía el clítoris, atrapándolo entre los labios, succionándolo sin parar.

Lucía gritaba de placer, sacudida entre ambas.

—¡Más fuerte! ¡Dámelo más fuerte! —rogaba.

Rebeca aceleró, dándole duro, viendo cómo su piel se encendía con cada embestida. El sonido del dildo entrando y saliendo, la lengua de Valen, los gritos de Lucía… todo era demasiado.

Lucía se vino con un temblor que le recorrió el cuerpo entero. Casi se desploma. Cayó sobre Valen, ambas riendo, jadeando.

Rebeca se quitó el arnés, se metió entre ellas, y se quedaron así: sudadas, desnudas, empapadas. Los cuerpos entrelazados, las bocas aún buscando más.

Porque no se trataba solo de una noche. Era hambre acumulada. Deseo compartido. La primera vez de muchas.

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