Soy una enfermera que cursa el servicio social, estoy terminando mi carrera y como es de esperarse me siento feliz en el desarrollo de mi trabajo, claro, el estrés de las actividades, la monotonía en los trabajos que realizaba a diario en el hospital me tenían un tanto fastidiada.
Me desempeñaba como asistente de la jefa de enfermerías, así que tenía muchas actividades por hacer, me la pasaba corriendo por el hospital de un lado a otro, la verdad mi humor había decaído bastante, estaba irritable, contestaba mal, hacía caso omiso a los chistes de mis demás compañeras, en fin, un humor de perros. Una de mis amigas me había dicho que lo que me hacía falta era una “buena cogida” en el momento me burlé de su comentario, pero en la noche cuando estaba en mi casa pensé más en lo que me había dicho.
Si, de vez en cuando me masturbaba para liberar tensiones, pero tenía mucho tiempo sin ser follada, sin sentir las manos de un hombre recorriendo mi cuerpo, solo me penetraba con mis dedos imaginando una enorme polla; entre el trabajo y los estudios me había visto realmente ocupada como para pensar en el sexo.
Pensándolo mejor…
Los días fueron pasando, pero el comentario de aquella amiga no salía de mi mente, sentada frente a mi escritorio comencé a imaginar cómo era penetrada por una verga, con mis dedos comencé a frotarme y me excité tanto que salí de la oficina dispuesta a dejarme coger por cualquier hombre que viera en el camino.
Bajé las escaleras y a la vuelta del corredor choque con el señor Raúl, administrador del hospital, un hombre de unos 48 años, de piel morena, para nada en forma, pero se mantenía delgado y calvo; me quede mirándolo por un momento y le pregunte si estaba ocupado, al recibir un “no” por respuesta lo tomé de la mano y me lo llevé al baño de mujeres, como pude tranqué la puerta, voltee y le dije: ”Necesito que me folles”.
Comienza la acción
El señor Raúl quedó asombrado con mi respuesta, pero sin desperdiciar ni un momento desabrochó su pantalón y sacó su enorme verga, podía notar como poco a poco se llenaba de sangre, tornándose rígida. Me puse en cuclillas y me llevé su verga a mi boca, estaba divina, pasaba mi lengua por su glande, lo succionaba, era delicioso escuchar como él se agitaba, su pene entraba y salía de mi boca rápidamente, el señor Raúl lo único que decía era “Que rico lo mamas”, luego de un rato me detuve, me puse de pie, me incliné sobre el lavabo y le pedí que me penetrara, aquel cuarentón levantó mi bata blanca, bajó mis pantis hasta la rodilla y se dispuso a acariciar mi vagina con su glande, suavemente me recorría los labios, pero cuando empezó a meter la punta de su polla, me levanté, acomodé mi ropa y me escapé corriendo a mi oficina, dejándolo ahí sin ninguna explicación.
A pesar de que me sentía muy excitada, entré en dudas, “¿de verdad dejaría que un viejo me penetrara?”, al terminar mi jornada laboral, cuando me aproximaba a la puerta de salida, ahí estaba el señor Raúl, esperándome; me disculpé por lo ocurrido, me abrazó mientras yo estaba de espaldas y sentí su polla erecta rozándome el culo, seguido a eso me dijo: “Piénsalo mi amor, conmigo la pasaras mejor que con cualquier hombre de tu edad”, me excitaron sus palabras pero no se lo demostré, como pude me zafé de sus brazos y me fui a mi casa.
Mi cuerpo pide a gritos su polla
Paso el fin de semana y extrañamente no dejaba de pensar en lo que había sucedido con aquel cuarentón, en su verga tan tiesa, como me lo comía, lo chupaba, pasaba mi lengua, podía imaginar cómo sería sentir su semen descargando en mi boca mientras lo masturbaba enérgicamente, deseaba escucharlo disfrutar de todo lo que le hacía, fueron dos días bastante tortuosos para mí.
El lunes, decidida en entregarme al señor Raúl cogí unos condones y me apresuré al trabajo, al llegar lo vi mientras accedía al hospital, me acerqué y lo cité al mediodía a los baños. Las horas pasaban con lentitud, yo me sentía muy ansiosa, descontrolada, apretaba mis piernas, pero estaba realmente excitada, cuando el reloj marcó las doce, pedí permiso para salir a comer y salí de volada de mi oficina; en camino al sitio me lo encontré, me dijo que el baño estaba ocupado, pero sin yo poder decir nada me haló al cuarto de conserjería del hospital, pequeño, pero útil para lo que necesitábamos.
Llegó el momento
Cerró con llave la puerta, sacó su enorme polla y tal como si lo hubiésemos ensayado, me arrodillé para chupársela, me tomó por el cabello y comenzó a follarme la boca, cambiaba de velocidad, con su otra mano agarraba el pene y me recorría toda la boca, me pasada su glande por los labios, por mis mejillas, con mi rostro le acariciaba la verga, cuando rozaba de nuevo mis labios lo besaba, pasaba mi lengua, lo succionaba, era delicioso ver lo encendido que él estaba; continúe mamando su polla hasta que salió su semen disparado a mi garganta, caliente, divino; me puse de pie, me recosté de una mesa pequeña y dejé al descubierto mi culo, el quitó mi ropa interior y se colocó detrás de mí, se masturbó por un rato y cuando su pene estaba de nuevo duro paró por un momento para ponerse el condón, pero cuando menos lo imaginé el señor Raúl me estaba pasando su lengua por mi vagina, mis nalgas, al estar listo me puso la punta de su pene en la entrada de mi concha y poco a poco la fue metiendo, era riquísimo al fin sentirlo dentro de mí. El disfrutaba despacio de mi apretada vagina, al pasar unos minutos su vaivén aumentó de ritmo, sus testículos chocaban conmigo, yo gemía del placer y le pedía que me diera con más fuerza, mordía mis labios, estaba a punto de estallar, sabía que en cualquier momento me iba a correr; pero de pronto en la sacó, yo suplicaba que me la metiera, pero me dijo que era un castigo por lo que yo le había hecho en el baño, molesta me coloqué mi ropa interior y me disponía a irme, pero cuando voltee el señor Raúl estaba de nuevo con la polla bien parada, me puso de espaldas me abrazó, con su mano apartó mi ropa interior y de un solo empujón me la metió, que rico fue para mí sentirme poseída, dominada.
Había una silla en el cuarto de aseo, lo senté ahí y me monté encima de él, necesitaba cabalgarlo, no desperdiciar ni un centímetro de su verga, me agarraba con fuerza por las caderas para que la penetración fuera más fuerte, se escuchaba alto como nuestros cuerpos chocaban, yo gemía sin parar, como olvidándome que estábamos en el trabajo, sin poderlo evitar ambos nos corrimos, el orgasmo que sentí fue tan intenso, tan liberador que no lo podía creer, lo sentí eterno.
Cuando ya habíamos tomado fuerza, nos acomodamos la ropa y salimos, desde ese momento aproveché cada oportunidad para tener un delicioso encuentro sexual con el señor Raúl.