Un hermoso día inició y con él mis ganas de comerme el mundo; me desperté de un tiro pasadas las ocho de la mañana, comí algo ligero y me alisté para salir; la pinta más sexi que encontré en mi armario, minifalda rosa y unos tacones que lucían super bien con mis largas y definidas piernas, blusa color purpura y una nueva lencería roja que me hacía sentir divina.
En mi paseo por la ciudad, decidí visitar algunas tiendas, comer un helado y disfrutar del magnífico día; al regresar a casa quise pasar por la peluquería que queda a un par de calles. El local era visitado por muy pocas mujeres, pues la apertura de una franquicia cercana al sitio robó todas las clientas de Sandra, dueña de la pequeña peluquería.
Sandra es una mujer de cuarenta y tantos años, casada con un hombre que tiene un trabajo en donde en realidad gana poco, según me comenta ella. La peluquería, en la planta baja, forma parte de su vivienda.
Desde que vivo en este sector Sandra siempre ha sido mi peluquera, y para qué negarlo; ella me gustó desde el primer momento en que la vi; su tez morena, alta, de cabello oscuro y rizado, tetas enormes, una despampanante figura, y lo mejor de todo es su carácter; es capaz de hacer reír a todo el que entra a su peluquería.
Al entrar al local cerca de las tres de la tarde no había clientas, Sandra estaba sola. Al notar mi entrada volteó a verme con cara de alegría, sus ojos reflejaron un destello y sorprendida con mi llegada dijo: “pensé que te habías ido al sitio de al lado”; de mis labios solo salió que yo era fiel a su trabajo.
Un masaje para entrar en calor
Rápidamente se puso en acción y preguntó qué quería que me hiciera, a lo que respondí: “empieza por lavar mi cabello y luego te indico”. Solo fue una excusa para sentir el delicioso masaje que mi peluquera daba, era una de las cosas que más me gustaban de su trabajo, mientras sus manos masajeaban mi cuero cabelludo ella me contaba las desdichas de su relación en pareja; ahí la conclusión era sencilla, ese hombre no la follaba bien. Pero yo simplemente escuchaba atenta su relato; y claro, disfrutaba no solo del masaje, sino de sus tetas que rozaban de vez en cuando con mi hombro.
Paso seguido, le pedí que cortara las puntas de mi cabello; mientras hacia su trabajo no me aguante y le dije lo guapa que estaba, agradeció sutilmente, pero continuaba contando el desanimo de su marido para todo.
Concluido su trabajo, me pregunto: “¿deseas algo más?”; que oportunidad tan valiosa me estaba dando aquella mujer con ese cuestionamiento, mi mente comenzó a volar, ingeniando la mejor excusa para pasar mayor tiempo con ella y experimentar si podría lograr algo, a lo que respondí: “¿te parece si me depilas mis partes?
Sabes que si quieres
Sandra se quedó completamente helada, era algo que ella no esperaba, transcurridos unos segundos contestó que su especialidad no era la estética, aunque la necesidad de un dinero extra la podría llevar a hacer una excepción conmigo.
Me dijo estar un tanto avergonzada, pero aprovechando que no había clientas ella podría atenderme en su casa por un momento; pues la falta de camilla en su peluquería la obligaba a recibirme en una cama de una de las habitaciones de su casa.
Mientras Sandra se preparaba notaba que su pulso temblaba, yo también estaba muy deseosa de que me tocara, tan siquiera el roce de sus dedos en mi piel me haría erizar completa.
Ya en su habitación; por cierto, muy acogedora, con una cama impecable; tendió una toalla para que yo me recostara. Me indicó que ella no tenía tangas desechables, ideales para las especialistas, pero con ladear mi tanga seria mas que suficiente. Me preguntó si deseaba arreglarme con maquina o con cera, a lo que preferí la maquina por obvias razones.
Piernas abiertas, clítoris expuesto
Mientras ella ultimaba detalles, le comenté que me quitaría la tanga, pues el costo había sido elevado y además me las estaba recién estrenando. Sin ropa interior yacía en la cama de aquella cuarentona que me tenia babeando; como el trabajo que ella haría ameritaba que mis piernas estuvieran abiertas, las explayé gustosamente. Tendida en la cama con las piernas abiertas y algo flexionadas dejé expuesta mi vagina, rosada, brillante, con poco vello; apenas tenía una línea de pelitos que había comenzado a crecer hacía poco.
Al voltear la peluquera hizo notar su sorpresa cuando me encontró abierta como una flor solo para ella. Mis muslos también hacían notar el nerviosismo, pero también las descontroladas ansias que sentía porque Sandra me tocara; temblaba, mis manos estaban congeladas pero mi vagina estaba caliente, más que nunca.
Comenzó el trabajo y me di cuenta como ella chupaba sus labios inconscientemente mientras acercaba su cara a mi sexo para hacer su labor; me colocaba agua tibia para preparar la piel, una gota se corrió desde mi vagina hacia mi ano, lo sentí como si fuese una caricia; en ese momento estaba atenta a cada respiración, cada sonido, cada leve movimiento que ambas dábamos.
Tras un par de minutos Sandra puso sobre mi pubis un poco de jabón para el afeitado, le pedí que extendiera el producto hacia los labios de mi sexo, le extrañó porque solo tenía una pelusa en la zona; pero no vaciló en hacer caso a mi petición, con esmero y pasando delicada y cuidadosamente sus dedos regó todo el jabón.
A continuación, tomó la maquinita para comenzar ahora sí a depilar; su mano caliente reposaba en mi pubis, apuntando sus dedos hacia mis pechos y estirando la escasa línea de vellos, pasaba la hojilla con precisión de un lado a otro, yo seguía mirando como ella se chupaba los labios y como se los mordía, ni siquiera se daba cuenta de aquello.
A pesar de mis esfuerzos lubricaba, me era casi imposible no estar húmeda. Al terminar con mi monte de venus siguió con mis labios mayores, Sandra no tenía más opción que agarrar a cada lado para estirar y poder pasar la cuchilla ¡que delicia!
Pasó un momento y terminó, con una esponja que había sumergido en agua me limpió muy bien, frotándome con ganas, pero sin ánimos sexuales.
¡No le contaré a nadie!
Fue mi perfecta oportunidad para preguntarle: “¿te gusta mi vagina?”; a lo que respondió “para qué negarlo, es muy hermosa, unos pliegues rosaditos, que sin ofender provoca morderlos”.
La oportunidad la tenia en la mano y no la iba a desaprovechar: ¿Tú te has comido alguna vez un coño?, la peluquera quien se estaba dando cuenta que entraba en una conversación un poco más íntima, dijo: “nunca, yo estoy casada y me gustan los hombres, no es que me de asco, creo, pero supongo que no es lo mío”.
No me rendiría, debía inspirar confianza en esa morenaza que me tenía realmente excitada: “a mí también me gustan los hombres, ¿te gustaría comérmelo un poquito Sandra?, no se lo diré a nadie”.
Solo un beso
Sandra titubeo, la confusión del momento no la dejaba decidir entre lo “correcto” y el deseo que ella sabía que estaba experimentando, pero el cual quería esconder; un momento después de sus labios dejó escapar la respuesta que yo esperaba: “pero te daré solo un beso; ¿vale?”
Había logrado lo que pensé que sería solo una fantasía perpetua, con esa delicia de mujer cuarentona, yo, una jovencita de veintiséis años, recibiendo un beso en mi vagina de mi peluquera.
Levanté un poco mi cabeza para ver como ella se acercaba a mi sexo. Si bien estampó un corto beso en el centro de la raja, pero su deseo, que ya se hacia insaciable, la obligó a cerrar sus ojos y dejarse llevar, de este modo comenzó a pasar su lengua por mis labios, de arriba abajo, no paraba, como si fuese un helado ella me comía sin parar; metió su lengua en mi vagina, con una destreza que me sorprendía; moría de gusto. Ella me miraba de reojo mientras me daba el mejor sexo oral de mi vida; y sin poder controlarlo me corrí; mi placentera contracción dejó escapar un chorro que mojó su cara.
Tal como si me hubiera tendido una trampa para convertirme a lesbiana, apenada se separó y se disculpó: “esto sucedió sin querer, sé que iba a ser solo un beso, pero me dejé llevar y no me conformé”.
Una delicia de chocolate que muero por disfrutar
Sin dejarla decir otra cosa le dije que me tocaba a mí. Intentó negarse, pero su cuerpo quería sentir el mismo placer que tuve yo, así que se recostó en la cama y baje su tanga, con la misma esponja con la que ella me limpió, se la paso ella por su vagina. Y ahí tenia a Sandra, abierta de par en par para mí, le pedí que se quitara toda su ropa, pues si placer quería, todo su cuerpo lo disfrutaría. Comencé besando sus pezones oscuros y puntiagudos, los chupe como nunca, baje hacia sus piernas, y encontrándome en medio de ellas vi como su coño se vislumbraba ante mí, menos grueso y más alargado que el mío, sus labios algo oscuros pero una delicia de chocolate.
En mi necesidad de hacerla gemir la chupe insaciablemente, succione sus labios, dio gritos de placer hasta hacerla correr como nunca. Nos quedamos acostadas unos minutos luego de aquel suceso inesperado, pero completamente satisfactorio.
Me levante de la cama, me arreglé como si nada hubiera sucedido, pero me cercioré de dejarle en claro que deseaba que esto pasara muchas veces, al fin al cabo desperté un deseo que la hizo explotar y conocer el lado que se encontraba dormido en ella.